martes, 27 de abril de 2010

EL BICENTENARIO Y LOS BLOGS.


EL BICENTENARIO Y LOS BLOGS.
por: Mónica Oporto

Es un momento sumamente especial para pensar el fenómeno de la comunicación en el marco del año del Bicentenario.
A lo largo de estas líneas trataré de explicar por qué creo que se ha producido una Revolución en el “punto de llegada”, como llama Umberto Eco, al punto donde se ubica el receptor, es decir donde estamos quienes diariamente, somos receptores de las noticias.
En este mayo de 2010 podríamos hablar de doble festejo. El primero relacionado a los doscientos años de la Revolución de Mayo que marcó un hito no sólo para el Virreinato del Río de la Plata sino para América toda, dado que la Revolución que tuvo lugar en Buenos Aires fructificó mientras otras terminaron derrotadas por las fuerzas españolas y debieron esperar para una mejor oportunidad; el segundo, porque a doscientos años de aquel proceso complejo de ocupación de espacios de poder, se da una nueva Revolución pero de carácter semiológico, en la cual han cumplido un papel trascendente los bloggueros.
Hace ya un par de décadas que las nuevas tecnologías pusieron en funcionamiento mecanismos de información que revolucionaron la comunicación por el espacio de interactividad que permitían. Aunque los primeros blogs fueron simplemente diarios personales con opinión, poco a poco fueron ganando otro espacio y comenzaron a decir la parte de la información que los grandes medios callaban. Luego tomaron partido por una u otra idea y demostraron que aquella pretensión enunciada por Fukuyama del “fin de la historia” había sido una quimera noventista. El bloguero se transformó en militante político y cumplió también una tarea docente, la ardua tarea de cuestionar, difundir la información, mostrando a los lectores algunos mecanismos para entender la compleja realidad.
Los “grandes medios” coincidieron en que la transmisión de la información se producía como aquella “concepción bancaria” de la educación que describía Paulo Freire: la información “bajaba” en un solo sentido, impartida con el criterio de “autoridad” desde el medio emisor hacia el receptor que la aceptaba sin cuestionar. La llegada de la era de los blogs significó una verdadera revolución en el esquema comunicacional, porque su acción se desarrolló, justamente, en el punto que para Umberto Eco es el que verdaderamente hay que apuntalar.

UN POQUITO DE HISTORIA
En la antigüedad, las primeras formas de comunicación se dieron de persona a persona, o de grupo a grupo. Existía la posibilidad de aclaración directa de lo que no se entendía aunque muchas veces surgían enfrentamientos ocasionados por las malas interpretaciones de algún sonido o palabra.
Tres mil años antes de Cristo a un sumerio se le ocurrió un mecanismo para dejar testimonio visual de aquello que poseía y lo que le adeudaban. Nacía la escritura, en principio cuneiforme, ideográfica, pero tecnología al fin que dio la base de la actual escritura. Pero durante siglos los libros se escribían a mano, resultando copias únicas. Hasta que un día como hoy pero en el siglo XV un tal Juan Gutenberg dijo que había inventado la imprenta. Tomando prestado un invento vaya a saber de quién que, a su vez, lo había recibido de algún visitante a China donde la imprenta existía desde el siglo VII, la imprenta de tipos móviles permitió multiplicar la producción de libros.
Se democratizaba la cultura.
Siglo XVIII. Después de la difusión de los diarios que, al principio, sólo fueron periódicos de una hoja suelta, en el siguiente siglo florecieron los grandes diarios que se consumían en gran cantidad. La gente quería saber qué pasaba.
Fue a fines del siglo XIX que se popularizó la radio, se incorporó el cine, y más cercano a nosotros, en el siglo pasado, apareció la televisión. El proceso de la comunicación se complejizada cada vez más y para intentar explicarlo, se confeccionó un esquema de la comunicación en el cual se identifican y analizan las partes que lo componen: el emisor, el código, el canal, las competencias de emisor, el receptor.
Cuando la información se transmite entre máquinas, el resultado es exacto. Pero cuando son personas las que emiten o reciben información, se da un proceso de comunicación complejo porque en él influye la posición que toma frente a la realidad quien emite el mensaje, las ideas e intereses que sustenta, el código que utiliza para emitir el mensaje, las circunstancias en las que el mensaje se produce y otras variables que se combinan para influir y producir una emisión o recepción que no son simples ni automatizadas.
De a poco, la comprensión de este fenómeno, llevó a que los “medios” se transformaron en herramientas para construir mensajes, y por qué no, para crear realidades.
La comunicación, ese mecanismo tan antiguo que vinculó a los seres humanos cuando dejaron de ser homínidos y se transformaron en humanos, el que les permitió transmitir cultura y explicar el mundo, se complejizó mas cuando comenzaron a intervenir los medios.
Porque a medida que la información comenzó a ser esperada, comprada -a través de los diarios, por ejemplo- fue objeto de consumo en el mercado y se transformó en un bien económico distribuido y comercializado por los medios.
Por otra parte, los sectores dominantes vieron que la posesión de los medios posibilitaban ejercer el control del tipo de sociedad que querían según aquella interpretación de este hecho: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante, o sea, las ideas de su dominación” .
Otro elemento a considerar, a partir de la imposición de ideas, es la competencia por el mercado de la información. Julio Verne, en el libro Miguel Strogoff describe cómo “un corresponsal del Daily Telegraph, se prepara para telegrafiar la Biblia con tal de no dejar el acceso de la línea a su competidor francés” (por entonces las oficinas de telégrafo no abundaban y la transmisión era cara, no obstante anular a la competencia era el objetivo a cualquier costo para ganar el espacio con la información).
La información había cobrado un valor estratégico y se convertía en una industria y en una competencia por la que había que hacer cualquier esfuerzo por llegar primero.
Se agregó otra vertiente: la publicidad, la que complementará el mundo de las noticias y condicionará también su presentación. Pero todo esto ya lo había dicho Don Arturo Jauretche hace varias décadas: en épocas de los “grandes diarios” los periodistas se la jugaban y constituían una prensa de opinión, se ponía en primer lugar la libertad de prensa. Cuando la noticia se transformó en un bien económico se pasó a defender la libertad de empresa poniendo en primer lugar los intereses económicos.
Alvin Toffler caracteriza al siglo XX como de los tiempos de la revolución tecnológica. En una sociedad regida por los flujos de información la tecnología lleva a un cambio en las formas de conocimiento y por lo tanto se ha de estar preparado para aprender, des-aprender y volver a aprender. Esa fluidez del conocimiento está relacionada con los cambios en las relaciones de poder. Y al poder se lo puede cuestionar desde el “punto de llegada” de la información, ese punto que siempre estuvo subordinado a la voluntad de los “dueños” de la información.
Hasta que Umberto Eco expuso su punto de vista.

EL “PUNTO DE LLEGADA”
Hace algunos años accedí a un trabajo de Umberto Eco que lleva por título “Para una guerrilla semiológica” y que se agrega al final de estas líneas.
Eco comienza explicando cómo, en años pasados, para llegar al poder se realizaban golpes de Estado sacando tanques y soldados a la calle, pero que hoy no hace falta porque basta con ser el propietario de un diario.
Eco desestructura la mirada sobre aquél esquema de la comunicación en el cual se ponía el acento en la posición dominante o de poder detentado por el emisor, considerado quien construye, impone, “baja” la información, y por lo tanto tiene el control de la situación.
Por el contrario, llama la atención para centrar el poder en lo que él llama el “Punto de llegada” es decir en nosotros, los receptores de la información, señalando que lo verdaderamente revolucionario está en trabajar el “punto de llegada” para una correcta decodificación de la información.
Umberto Eco plantea una comparación entre las revoluciones de los sesenta-setenta, donde se desarrolló la acción de la guerrilla que con el uso de las armas cuestionaron el poder, y una actitud revolucionaria actual que pasaría por conseguir que los destinatarios de la información la decodificaran correctamente, es decir, que no se dejaran engañar, que pudieran leer entre líneas y sacar conclusiones libremente. Los actuales “guerrilleros” serían aquellos que produjeran este cambio revolucionario de transformar al sujeto que pasivamente recibe la información en un activo cuestionador que no se deja engañar.
Si los proletarios surgieron de la revolución industrial como clase explotada subordinados al poder de patrones explotadores, para Eco en la actualidad, cuando no podemos decodificar eficientemente los mensajes, somos proletarios pero de la información, y por extensión de los grandes medios que la vuelcan diariamente a través de televisión, radio, diarios.
Por eso es que señala, invita, exige, nos pone a reflexionar sobre la necesidad de esclarecer el punto de llegada, el receptor.

Creo que en los últimos años la acción en ese sentido ha salido fundamentalmente de la educación, pero también, tomando en cuenta la expansión de las nuevas tecnologías, se ha ido instalando a medida que comenzaron a proliferar los blogs.
Si. De aquellos “diarios personales”, a los cuales se les sumó la posibilidad de la interacción con sus lectores que podían dejar mensajes o comentarios en los posteos, se fue acelerando la acción de “esclarecer el punto de llegada”. Unos tal vez más advertidos que otros, tal vez más comprometidos o ávidos de conocer y compartir, han venido trabajando aplicadamente para decir lo que la “gran información” de los medios concentrados no dice, porque aplican una nueva forma de censura. Esa censura que caracteriza Ignacio Ramonet cuando indica que la mucha información tapa la verdadera información. Es una forma descarada de censura que los blogs vinieron a desenmascarar porque salieron a decir y a mostrar lo que se callaba.
Porque cuando a uno le cuentan la mitad de la verdad… le están mintiendo.

A DOSCIENTOS AÑOS LOS BLOGS DEL BICENTENARIO
Los blogs son espacios que han venido a cumplir una tarea revolucionaria, porque han permitido una visión distinta, un complemento.
Podemos agregar que movimientos tales como Carta Abierta fueron un aporte extraordinario para el debate y el esclarecimiento. Que mucho contribuyó la apertura a la sociedad sobre la ley de servicios de comunicación audiovisual, porque permitió que se ampliara aún más la participación social en la toma de conocimiento sobre temas hasta ahora “Ninguneados”. Y el debate que se produjo fue fructífero, porque permitió que “el punto de llegada” se mostrara cada vez más participativo y mostrara una necesidad cada vez mayor de escuchar, de ser escuchado, de decir y tener espacios para decir, de ser crítico y no permitir que lo engañen. Se puede añadir la contribución que, desde la televisión, viene brindando desde hace poco más de un año, del programa 6-7-8.
Todo esto resulta revolucionariamente peligroso, hasta subversivo podría decirse, porque “ya no quiere volver a dormir, aquél que una vez abrió los ojos”.
La sociedad argentina abrió mucho sus ojos y vio lo que le estaban negando.

Aquí están, estos son, los blogueros que no escriben por el tetra y el choripán, ni tienen espacios rentados, ni los pasan a buscar en micros y para ir a las marchas toman tren y subte, colectivo, o salen directo de sus respectivos lugares de trabajo aunque cansados pero se la bancan. Y que con su computadora o su notebook, desde su casa, dejando otras tareas para después se zambullen en las noticias para generar sus posteos diariamente porque lo sienten como una militancia y se ponen la camiseta de esa militancia. Los blogs N&P, los que hoy integran un movimiento nacional, comprometido con un proyecto y jugados diariamente tratando de entender y explicar lo que nos quieren hacer creer y qué nos pasa en realidad, poniendo en práctica las últimas palabras del artículo de Eco: “La amenaza para quienes the medium is the message podría entonces llegar a ser, frente al medio y al mensaje, el retorno a la responsabilidad individual. Frente a la divinidad anónima de la Comunicación Tecnológica, nuestra respuesta bien podría ser: «Hágase nuestra voluntad, no la Tuya.»




Acá va la lista de los blós.



Y ESTE ES EL ARTÍCULO DE UMBERTO ECO: Para una guerrilla semiológica

No hace mucho tiempo que para adueñarse del poder político en un país era suficiente controlar el ejército y la policía. Hoy, sólo en los países subdesarrollados los generales fascistas recurren todavía a los carros blindados para dar un golpe de estado. Basta que un país haya alcanzado un alto nivel de industrialización para que cambie por completo el panorama: el día siguiente a la caída de Kruschev fueron sustituidos los directores de Izvestia, de Pravda y de las cadenas de radio y televisión; ningún movimiento en el ejército. Hoy, un país pertenece a quien controla los medios de comunicación.
Si la lección de la historia no parece lo bastante convincente, podemos recurrir a la ayuda de la ficción que, como enseñaba Aristóteles, es mucho más verosímil que la realidad. Consideremos tres películas norteamericanas de los últimos años: Seven Days in May (Siete días de mayo), Dr. Strangelove (Teléfono rojo, volamos hacia Moscú) y Fail Safe (Punto límite). Las tres trataban de la posibilidad de un golpe militar contra el gobierno de Estados Unidos, y, en las tres, los militares no intentaban controlar el país mediante la violencia de las armas, sino a través del control del telégrafo, el teléfono, la radio y la televisión.
No estoy diciendo nada nuevo: no sólo los estudiosos de la comunicación, sino también el gran público, advierten ahora que estamos viviendo en la era de la comunicación. Como ha sugerido el profesor McLuhan, la información ha dejado de ser un instrumento para producir bienes económicos, para convertirse en el principal de los bienes. La comunicación se ha transformado en industria pesada. Cuando el poder económico pasa de quienes poseen los medios de producción a quienes tienen los medios de información, que pueden determinar el control de los medios de producción, hasta el problema de la alienación cambia de significado. Frente al espectro de una red de comunicación que se extiende y abarca el universo entero, cada ciudadano de este mundo se convierte en miembro de un nuevo proletariado. Aunque a este proletariado ningún manifiesto revolucionario podría decirle: «¡Proletarios del mundo, uníos!» Puesto que aún cuando los medios de comunicación, en cuanto medios de producción, cambiaran de dueño, la situación de sujeción no variaría. Al limite, es lícito pensar que los medios de comunicación serían medios alienantes aunque pertenecieran a la comunidad.
Lo que hace temible al periódico no es (por lo menos, no es sólo) la fuerza económica y política que lo dirige. El periódico como medio de condicionamiento de la opinión queda ya definido cuando aparecen las primeras gacetas. Cuando alguien tiene que redactar cada día tantas noticias como permita el espacio disponible, de manera que sean accesibles a una audiencia de gustos, clase social y educación diferentes y en todo el territorio nacional, la libertad del que escribe ha terminado: los contenidos del mensaje no dependerán del autor, sino de las determinaciones técnicas y sociológicas del medio.
Todo esto había sido advertido hace tiempo por los críticos más severos de la cultura de masas, que afirmaban: « Los medios de comunicación de masas no son portadores de ideología: son en sí mismos una ideología.» Esta posición, que he definido en uno de mis libros como «apocalíptica», sobreentiende este otro argumento: No importa lo que se diga a través de los canales de comunicación de masas; desde el momento en que el receptor está cercado por una serie de comunicaciones que le llegan simultáneamente desde varios canales, de una manera determinada, la naturaleza de esta información tiene poquísima importancia. Lo que cuenta es el bombardeo gradual y uniforme de la información, en la que los diversos contenidos se nivelan y pierden sus diferencias.
Recordaréis que ésta es también la conocida posición de Marshall McLuhan en Understanding Media. Salvo que, para los llamados «apocalípticos», esta convicción se traducía en una consecuencia trágica: el destinatario del mensaje de los mass-media, desvinculado de los contenidos de la comunicación, recibe sólo una lección ideológica global, un llamado a la pasividad narcótica. Cuando triunfan los medios de masas, el hombre muere.
Por el contrario, Marshall McLuhan, partiendo de las mismas premisas, llega a la conclusión de que, cuando triunfan los medios de masas muere el hombre gutenbergiano y nace un hombre diferente, habituado a «sentir» el mundo de otra manera. No sabemos si este hombre será mejor o peor, pero sabemos que se trata de un hombre nuevo. Allí donde los apocalípticos veían el fin de la historia, McLuhan observa el comienzo de una nueva fase histórica. Pero es lo mismo que sucede cuando un virtuoso vegetariano discute con un consumidor de LSD: el primero ve en la droga el fin de la razón, el otro el inicio de una nueva sensibilidad. Ambos están de acuerdo en lo que concierne a la composición química de los psicodélicos.
En cambio la cuestión que deben plantearse los estudiosos de la comunicación es ésta: ¿Es idéntica la composición química de todo acto comunicativo?
Naturalmente, están los educadores que manifiestan un optimismo más simple, de tipo iluminista: tienen una fe ciega en el poder del contenido del mensaje. Confían en poder operar una transformación de las conciencias transformando las transmisiones televisivas, la cuota de verdad en el anuncio publicitario, la exactitud de la noticia en la columna periodística.
A éstos, o a quienes sostienen que the medium is the message, quisiera recordarles una imagen que hemos visto en tantos cartoons y en tantos comic strips, una imagen un poco obsoleta, vagamente racista, pero que sirve de maravilla para ejemplificar esta situación. Se trata de la imagen del jefe caníbal que se ha colgado del cuello, como pendentif, un reloj despertador.
No creo que todavía existan jefes caníbales que vayan ataviados de tal modo, pero cada uno de nosotros puede trasladar este modelo a otras varias experiencias de la propia vida cotidiana. El mundo de las comunicaciones está lleno de caníbales que transforman un instrumento para medir el tiempo en una joya «op».
Si esto sucede, entonces no es cierto que the medium is the message: puede ser que la invención del reloj, al habituarnos a pensar el tiempo en forma de un espacio dividido en partes uniformes, haya cambiado para algunos hombres el modo de percibir, pero existe indudablemente alguien para quien el «mensaje-reloj» significa otra cosa.
Pero si esto es así, tampoco es cierto que la acción sobre la forma y sobre el contenido del mensaje pueda modificar a quien lo recibe; desde el momento en que quien recibe el mensaje parece tener una libertad residual: la de leerlo de modo diferente.
He dicho «diferente» y no «equivocado». Un breve examen de la mecánica misma de la comunicación nos puede decir algo más preciso sobre este argumento.
La cadena comunicativa presupone una fuente que, mediante un transmisor, emite una señal a través de un canal. Al extremo del canal, la señal se transforma en mensaje para uso del destinatario a través de un receptor. Esta cadena de comunicación normal prevé naturalmente la presencia de un ruido a lo largo del canal, de modo que el mensaje requiere una redundancia para que la información se transmita en forma clara. Pero el otro elemento fundamental de esta cadena es la existencia de un código, común a la fuente y al destinatario. Un código es un sistema de probabilidad prefijado y sólo en base al código podemos determinar si los elementos del mensaje son intencionales (establecidos por la fuente) o consecuencia del ruido. Me parece muy importante distinguir perfectamente los diversos puntos de esta cadena, porque cuando se omiten se producen equívocos que impiden considerar el fenómeno con atención. Por ejemplo, buena parte de las tesis de Marshall McLuhan acerca de la naturaleza de los media derivan del hecho de que él llama «media», en general, a fenómenos que son reducibles a veces al canal, a veces al código y a veces a la forma del mensaje. El alfabeto reduce, según criterios de economía, las posibilidades de los órganos fonadores y de este modo provee de un código para comunicar la experiencia; la calle me provee de un canal a lo largo del cual puedo hacer viajar cualquier comunicación. Decir que el alfabeto y la calle son «media», significa no considerar la diferencia entre un código y un canal. Decir que la geometría euclidiana y un traje son “media”, significa no diferenciar un código (los elementos de Euclides son un modo de formalizar la experiencia y de hacerla comunicable) de un mensaje (un traje determinado, en base a códigos indumentarios -de convenciones aceptadas por la sociedad-, comunica una actitud mía respecto a mis semejantes). Decir que la luz es un media significa no advertir que existen, por lo menos, tres acepciones de «luz». La luz puede ser una señal de información (utilizo la electricidad para transmitir impulsos que, según el código morse, significan mensajes particulares); la luz puede ser un mensaje (si mi amante pone una luz en la ventana, significa que su marido está ausente); y la luz puede ser un canal (si tengo la luz encendida en la habitación, puedo leer el mensaje-libro). En cada uno de estos casos el impacto de un fenómeno sobre el cuerpo social varía según el papel que juega en la cadena comunicativa.
Siguiendo con el ejemplo de la luz, en cada uno de estos tres casos el significado del mensaje cambia según el código elegido para interpretarlo. El hecho de que la luz, cuando utilizo el código morse para transmitir señales luminosas, sea una señal -y que esta señal sea luz y nada más- tiene en el destinatario un impacto mucho menos importante que el hecho de que el destinatario conozca el código morse. Si, por ejemplo, en el segundo de los casos citados, mi amante usa la luz como señal para transmitirme en morse el mensaje «mi marido está en casa» pero yo sigo refiriéndome al código establecido precedentemente, por el que «luz encendida» significa «marido ausente», lo que determina mi comportamiento (con todas las desagradables consecuencias que supone) no es la forma del mensaje ni su contenido según la fuente emisora, sino el código que yo uso. Es la utilización del código lo que confiere a la señal-luz un determinado contenido. El paso de la Galaxia Gutenberg al Nuevo Pueblo de la Comunicación Total no impedirá que se desencadene entre yo, mi amante y su marido el eterno drama de la traición y de los celos.
En este sentido, la cadena comunicativa descrita antes deberá transformarse de esta manera: el receptor transforma la señal en mensaje, pero este mensaje es todavía una forma vacía a la que el destinatario podrá atribuir significados diferentes según el código que aplique.
Si escribo la frase No more, aquel que la interprete a la luz del código lengua inglesa la entenderá en el sentido más obvio; pero les aseguro que, leída por un italiano, la misma frase significaría «nada de moras», o bien «no, prefiero las moras»; pero, si en lugar de un sistema de referencia botánico, mi interlocutor apelase a un sistema de referencia jurídico, entendería «nada de moras (dilaciones)»; y si usase un sistema de referencia erótico, la misma frase sería la res- puesta «no, morenas» a la pregunta «¿Los caballeros las prefieren rubias?».
Naturalmente, en la comunicación. normal, entre persona y persona, relativa a la vida cotidiana, estos equívocos son mínimos: los códigos se establecen de antemano. Pero hay también casos extremos como, en primer lugar, la comunicación estética, donde el mensaje es intencionalmente ambiguo con el fin preciso de estimular la utilización de códigos diferentes por parte de aquellos que estarán en contacto con la obra de arte, en lugares y en momentos diferentes.
Si en la comunicación cotidiana la ambigüedad está excluida y en la estética es por el contrario deseada, en la comunicación de masas la ambigüedad, aunque ignorada, está siempre presente. Hay comunicación de masas cuando la fuente es única, centralizada, estructurada según los modos de la organización industrial; el canal es un expediente tecnológico que ejerce una influencia sobre la forma misma de la señal; y los destinatarios son la totalidad (o bien un grandísimo número) de los seres humanos en diferentes partes del globo. Los estudiosos norteamericanos se han dado cuenta de lo que significa una película de amor en tecnicolor, pensada para las señoras de los suburbios y proyectada, después, en un pueblo del Tercer Mundo. Pero en países como Italia, donde el mensaje tele- visivo es elaborado por una fuente industrial centralizada y llega simultáneamente a una ciudad industrial del norte y a una perdida aldea agrícola del sur, en dos circunstancias sociológicas separadas por siglos de historia, este fenómeno se registra día a día.
Pero basta incluso con la reflexión paradójica para convencerse de este hecho: cuando la revista Eros publicó, en Estados Unidos, la famosa fotografía de una mujer blanca y un hombre de color, desnudos, besándose, imagino que, si las mismas imágenes hubieran sido transmitidas por una red televisiva de gran difusión, el significado atribuido al mensaje por el gobernador de Alabama y por Allen Ginsberg habría sido diferente. Para un hippie californiano, para un radical del Village, la imagen habría significado la pro- mesa de una nueva comunidad. Para un seguidor del Ku Klux Man el mensaje habría significado una tremenda amenaza de violencia carnal.
El universo de la comunicación de masas está lleno de estas interpretaciones discordantes; diría que la variabilidad de las interpretaciones es la ley constante de las comunicaciones de masas. Los mensajes parten de la fuente y llegan a situaciones sociológicas diferenciadas, donde actúan códigos diferentes. Para un empleado de banco de Milán la publicidad televisiva de un frigorífico representa un estímulo a la adquisición, pero para un campesino en paro de Calabria la misma imagen significa la denuncia de un universo de bienestar que no le pertenece y que deberá conquistar. Es por esto que creo que en los países pobres incluso la publicidad televisiva puede funcionar como mensaje revolucionario.
El problema de la comunicación de masas es que hasta ahora esta variabilidad de las interpretaciones ha sido casual. Nadie regula el modo en que el destinatario usa el mensaje, salvo en raras ocasiones. En este sentido, aunque hayamos desplazado el problema, aunque hayamos afirmado que «el medio no es el mensaje», sino que «el mensaje depende del código», no hemos resuelto el problema de la era de las comunicaciones. Si el apocalíptico dice: «El medio no transmite ideologías, es la ideología misma; la televisión es la forma de comunicación que asume la ideología industrial avanzada», nosotros sólo podremos responder: «El medio transmite las ideologías a las que el destinatario puede recurrir en forma de códigos que nacen de la situación social en la que vive, de la educación recibida, de las disposiciones psicológicas del momento.» En tal caso, el fenómeno de las comunicaciones de masas seria inmutable: existe un instrumento extremadamente poderoso que ninguno de nosotros llegará jamás a regular; existen medios de comunicación que, a diferencia de los medios de producción, no son controlables ni por la voluntad privada ni por la de la colectividad. Frente a ellos, todos nosotros, desde’ el director de la CBS y el presidente de Estados Unidos, pasando por Martin Heidegger, hasta el campesino más humilde del delta del Nilo, somos el proletariado.
Sin embargo, creo que el defecto de este plantea- miento consiste en el hecho de que todos nosotros estamos tratando de ganar esta batalla (la batalla del hombre en el universo tecnológico de la comunicación) recurriendo a la estrategia.
Habitualmente, los políticos, los educadores, los científicos de la comunicación creen que para controlar el poder de los mass-media es preciso controlar dos momentos de la cadena de la comunicación: la fuente y el canal. De esta forma se cree poder controlar el mensaje; por el contrario, así sólo se controla el mensaje como forma vacía que, en su destinación, cada cual llenará con los significados que le sean sugeridos por la propia situación antropológica, por su propio modelo cultural. La solución estratégica puede resumirse en la frase: «Hay que ocupar el sillón del presidente de la RAI», o bien: «Hay que apoderarse del sillón del ministro de Información», o: «Es preciso ocupar el sillón del director del Corriere.» No niego que este planteamiento estratégico pueda dar excelentes resultados a quien se proponga el éxito político y económico, pero me temo que ofrezca resultados muy magros a quien espere devolver a los seres humanos una cierta libertad frente al fenómeno total de la comunicación.
Por esta razón, habrá que aplicar en el futuro a la estrategia una solución de guerrilla. Es preciso ocupar, en cualquier lugar del mundo, la primera silla ante cada aparato de televisión (y, naturalmente, la silla del líder de grupo ante cada pantalla cinematográfica, cada transistor, cada página de periódico). Si se prefiere una formulación menos paradójica, diré: La batalla por la supervivencia del hombre como ser responsable en la Era de la Comunicación no se gana en el lugar de donde parte la comunicación sino en el lugar a donde llega. Si he hablado de guerrilla es porque nos espera un destino paradójico y difícil, a nosotros, estudiosos y técnicos de la comunicación: precisamente en el momento en que los sistemas de comunicación prevén una sola fuente industrializada y un solo mensaje, que llegaría a una audiencia dispersa por todo el mundo, nosotros deberemos ser capaces de imaginar unos sistemas de comunicación complementarios que nos permitan llegar a cada grupo humano en particular, a cada miembro en particular, de la audiencia universal, para discutir el mensaje en su punto de llegada, a la luz de los códigos de llegada, confrontándolos con los códigos de partida.
Un partido político, capaz de alcanzar de manera capilar a todos los grupos que ven televisión y de llevarlos a discutir los mensajes que reciben, puede cambiar el significado que la fuente había atribuido a ese mensaje. Una organización educativa que lograse que una audiencia determinada discutiera sobre el mensaje que recibe, podría volver del revés el significado de tal mensaje. 0 bien, demostrar que ese mensaje puede ser interpretado de diferentes modos.
Cuidado: no estoy proponiendo aquí una nueva forma de control de la opinión pública, todavía más terrible. Estoy proponiendo una acción para incitar a la audiencia a que controle el mensaje y sus múltiples posibilidades de interpretación.
La idea de que un día habrá que pedir a los estudiosos y educadores que abandonen los estudios de televisión o las redacciones de los periódicos para librar una guerrilla puerta a puerta, como provos de la recepción crítica puede asustar y parecer pura utopía. Pero si la Era de las Comunicaciones avanza en la dirección que hoy nos parece más probable, ésta será la única salvación para los hombres libres. Hay que estudiar cuales pueden ser las formas de esta guerrilla cultural. Probablemente, en la interrelación de los diversos medios de comunicación, podrá emplearse un medio para comunicar una serie de juicios sobre otro medio. Esto es lo que en cierta medida hace, por ejemplo, un periódico cuando critica una transmisión de televisión. Pero, ¿quién nos asegura que el artículo del periódico será leído del modo que deseamos? ¿Nos veremos obligados a recurrir a otro medio para enseñar a leer el periódico de manera consciente?.
Ciertos fenómenos de «contestación de masa» (hippies o beatniks, new bohemia o movimientos estudiantiles) nos parecen hoy respuestas negativas a la sociedad industrial: se rechaza la sociedad de la Comunicación Tecnológica para buscar formas alternativas de vida asociativa. Naturalmente, estas formas se realizan usando medios de la sociedad tecnológica (televisión, prensa, discos…). Así no se sale del círculo, sino que se vuelve a entrar en él sin quererlo. Las revoluciones se resuelven a menudo en formas pintorescas de integración.
Podría suceder que estas formas no industriales de comunicación (de los love-in a los mitines estudiantiles, con sentadas en el campus universitario) pudieran llegar a ser las formas de una futura guerrilla de las comunicaciones. Una manifestación complementaria de las manifestaciones de la comunicación tecnológica, la corrección continua de las perspectivas, la verificación de los códigos, la interpretación siempre renovada de los mensajes de masas. El universo de la comunicación tecnológica sería entonces atravesado por grupos de guerrilleros de la comunicación, que reintroducirían una dimensión crítica en la recepción pasiva. La amenaza para quienes the medium is the message podría entonces llegar a ser, frente al medio y al mensaje, el retorno a la responsabilidad individual. Frente a la divinidad anónima de la Comunicación Tecnológica, nuestra respuesta bien podría ser: «Hágase nuestra voluntad, no la Tuya.»