martes, 6 de marzo de 2007

BOTELLA AL MAR Nº11

Nuevo mensaje a los océanos digitales para los viajeros. Nos encontramos, vale la pena, y sabemos lo que vale el esfuerzo conjunto. Y que no es leve la memoria.

Querido "Gordo" Cooke

"Caerán las estructuras de la depredación imperialista y las estructuras del despojo de este capitalismo que está llegando al término de su ignominioso reinado. Para eso, todo esfuerzo es digno de mención, ningún acto de consecuencia y lealtad debe ser ignorado o desestimado. Y pronto llegara el momento de las batallas definitivas, y el triunfo final, antes o después, ha de redimir todos las frustraciones de esta época de infamia".

"El único nacionalismo auténtico es el que busque liberarnos de la servidumbre real: ése es el nacionalismo de la clase obrera y demás sectores populares, y por eso la liberación de la Patria y la revolución social son una misma cosa, de la misma manera que semicolonia y oligarquía son también lo mismo". John William Cooke.

Quien habría de ocupar un impecable rol de “intelectual orgánico” para los sectores mas críticos adherentes del peronismo, había nacido en 1920 en la capital de la provincia de Buenos Aires, donde su padre, John Isaac Cooke, -que provenía de un sector del radicalismo que se había integrado al peronismo- fue Ministro de Relaciones Exteriores del Edelmiro J. Farrell.



El “Gordo” Cooke falleció en setiembre de 1968, en sus jóvenes y prolíficos 48 años.

En 1946 se recibió de abogado. Luego fue diputado; editó la revista De Frente desde donde mostró sus planteos nacionalistas según los cuales combatió las negociaciones por los contratos petroleros que daban la espalda a los intereses nacionales priorizando el interés extranjero. En 1955 Perón lo puso al frente de la intervención del Partido Peronista de la Capital Federal. Ese año, al producirse el golpe de Estado, lo arrestan junto con el historiador José María Rosa. Desde entonces comienza su tarea de organizar los grupos peronistas que implementarán la famosa Resistencia.

Dos años mas tarde lo encontramos en la prisión de Río Gallegos, de la cual escapa de manera espectacular junto a otros peronistas detenidos allí: Jorge Antonio, Héctor J. Cámpora, Espejo… él se instalará en Chile desde donde continuará coordinando la acción de grupos clandestinos peronistas.

Al año siguiente oficia de intermediario en el pacto Perón-Frondizi. Nuevamente lo detienen, pero ya en 1959 lo encontramos participando activamente de la huelga del frigorífico Nacional. Por esos años un sector del peronismo, afín con el gobierno de Frondizi, lo empieza a tildar de comunista, dada su intransigencia no dada a arreglos ni acuerdos con aquél gobierno. Perseguido debió salir del país. Fue entonces que viajó a Cuba donde permaneció hasta octubre de 1963. Fue durante esos años que conoció al Che Guevara quien influyó decisivamente en sus concepciones políticas. De hecho Cooke le propone a Perón que abandone su exilio en Madrid y se mude a La Habana, convencido de que la verdadera revolución se estaba dando en Cuba.

Un grupo de argentinos editaba el Semanario CHE en Cuba (eran ellos: Pablo GIussani, Julia Constenla, Hugo Gambini, Francisco “Paco” Urondo, Carlos Barbé, Alberto Ciria). Eran jovenes partidarios de la revolución cubana que tenían militancia en el Partidos Socialista. En esa publicación se edita un reportaje a Cooke.(1)

En 1963 Cooke regresa a la Argentina donde organiza Acción Peronista revolucionaria, que de grupo de discusión al que asistían militantes, y que se convirtió en polo de nacimiento de futuros fuertes protagonistas de la década del 70: García Elorrio, Fernando Abal Medina, Norma Arrostito.

“…ningún esfuerzo será en vano, ningún sacrificio estéril y el éxito final redimirá todas las frustraciones” Johan Cooke.

Cooke fue uno de los pocos dirigentes del peronismo que pensó en el camino para hacer un peronismo revolucionario, desde la resistencia nacida de la mal llamada “revolución libertadora” -que no fue ni lo uno ni lo otro y sí le cabe mejor el nombre de la “fusiladora” por los trágicos sucesos de José León Suárez (cf. Julio Troxler)-.

Este intelectual brillante hizo el esfuerzo para desarrollar una teoría revolucionaria desde el peronismo, e incluso, combatió junto a las tropas de Fidel en la Bahía de los Cochinos: “ Los milicianos de Cuba –cuyos cantos trae la noche mientras escribo- me confirman que vamos por buen rumbo”(2) Mas tarde (1964) extendería su militancia revolucionaria en apoyo de la tarea iniciada por Salvador Allende en Chile.

John Cooke, en términos que tienen total vigencia actual, atacó en duramente a esa esclerosis llamada burocracia: “Lo burocrático es un estilo en el ejercicio de las funciones o de la influencia. Presupone, por lo pronto, operar con los mismos valores que el adversario, es decir, con una visión reformista, superficial, antitética de la revolucionaria, pero no es exclusivamente una determinante ideológica, puesto que hay burócratas con buen nivel de capacidad teórica, pero que la disocian de su práctica y en todo caso les sirve para justificar con razonamiento de izquierda el oportunismo con que actúan. Al burocracia es centrista, cultiva un realismo que pasa por ser el colmo de lo pragmático y rechaza toda insinuación de someterlo al juicio teórico que los maestritos de la derecha les hacen creer que es ideología y que ésta significa algo que no tiene nada que ver con el mundo práctico. Entonces su actividad está depurada de ese sentido de creación propio de la política revolucionaria, de esa proyección hacia el futuro que se busca en cada táctica, en cada hecho, en cada episodio, para que no se agote en él mismo … en realidad está integrando una serie de relaciones superestructurales de las cuales se propone o cree valerse pero que lo tienen aprisionado: es sensible al terrorismo de las acusaciones de trotskista o comunista, cultiva las banalidades sociológicas que le inculcan bajo disfraza progresista en los cursos de la CGT o similares, y cree que es el único que sabe sumar tanques y soldados por lo que declara fantasía y aventurerismo todo planteo que desafíe la correlación abrumadora de fuerzas en contra de los intereses populares. Afirma que el peronismo no debe ser clasista porque confunde la composición policlasista del Movimiento con su ideología, considerando que existen ideologías policlasistas o neutras…” y "Había un lugar donde podría haberse planteado todo eso: el partido..., pero lo que debió haber sido el campo de desarrollo ideológico se transformó en esclerotizada estructura burocrática”.

Con respecto a la cultura: “un día se oyó en las calles de Buenos aires el gripo de Libros no, Alpargatas sí. Mucho se escandalizaron. Primero que nadie, los que había n escrito libros que valían menos que una alpargata. Pero la mayoría comprendió: con ese grito se estaba repudiando a una clase intelectual que vivía de espaldas al país… “

AMÉRICA LATINA

"La unidad exige un claro propósito y una estrategia común variada en su aplicación pero no aguada por malabarismos palabreros. Es, a nuestro juicio, lo mínimo que podemos ofrecer a los pueblos de América Latina"... John William Cooke.

Para el Gordo, Latinoamérica no puede contar sino consigo misma. Y lo ponemos en presente porque sus ideas tienen total actualidad.

Sostenía que la contaminación de los intereses de los poderosos siempre nos llevó como furgón de cola de los intereses y ambiciones extranjeros. “Nuestra tesis […] es terminante: para lograr la emancipación y grandeza futura, Latinoamérica no puede contar sino consigo misma. Se dirá que es una afirmación pesimista. Nosotros lo negamos. Pero no podrá ponerse en duda su realismo. Ninguna potencia nos ayudara sino en la pequeña medida en que sirva a sus propias conveniencias. En el caso de una conflagración, sólo podremos ser derrotados, nunca vencedores, y aunque se otorgue nuestros países, condescendientemente, el papel de actores, cuando se tienda la mesa triunfal serán enviados nuevamente a engrosar las filas de la servidumbre. Salvo cuando, en algún lejano día, nuestro continente sea fuerte y unido como para no ser arrastrado a contiendas ajenas, y pueda hacer escuchar su palabra de cordura y su mensaje de paz. Mas vale trabajar pacientemente para que llegue esa hora jubilosa, que reasignarse a continuar figurando en los planes estratégicos de los imperialismo. O en el botín de guerra que éstos se reparten como premio a sus victorias”.

Como tarea nos queda conocer la obra de todo aquellos que, como Cooke, pensaban el futuro, y justamente pensando en las generaciones futuras, trabajaron denodadamente por construirlo, y porque ese tiempo fuera un TIEMPO DE TODOS y no de algunos. Pero también porque, paradójica o proféticamente, ya toman forma en sus pensamientos muchas de las concreciones que se buscan hoy. Esa necesaria unión de América Latina en forma de mercado común, -llámese ALBA o cualquier otra forma que se adecue a los propósitos de hacer grande a la América Latina, y que no permita la continuación del sojuzgamiento y la depredación por la vía de los tratados del supuesto “libre-comercio” al estilo del ya fracasado ALCA-. Y porque, como queda establecido desde el comienzo de cada uno de los trabajos de la Memoria Argentina , en las palabras del Dr. Luis Eduardo Duhalde: todo desconocimiento de la historia y de la trayectoria de quienes se empeñaron en cambiar los nefastos rumbos de la historia, tiene sus pies puestos en ese desconocimiento mas amplio y general, en ese “ejercicio del olvido” decretado para que los argentinos, desde aquél sangriento 24 de marzo de 1976 y hasta hoy, quedaran aislados del pasado, perdieran la conexión pasado-presente histórico con lo cual, inevitablemente, perderían también la posibilidad de análisis y comprensión de los tiempos que les toca vivir. El “ejercicio interesado de la desmemoria forma parte del esfuerzo por ocultar [mas de] dos décadas intensas y profundas” en que muchos que hoy ya no están y que por entonces eran jóvenes y se hallaban llenos de esperanza, actuaron buscando un mundo mejor, un presente mejor y un futuro mejor, “justo e igualitario, aun a costa de los mayores sacrificios”.

Pero no se puede erradicar la memoria ni sepultarla ni fosilizarla ni, ¡menos aún!, exiliarla en el olvido, porque siempre emerge un rescoldo que permite volver a encender la hoguera.


Entonces, quedará en nosotros que este mundo “deje de ser un mundo de ignominia”.



LQS.Fuenteovejuna. Marzo 2007


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John William Cooke (1964)
Apuntes para la militancia

Propósitos

Contar con una información adecuada no es sólo un derecho que la masa peronista se ha ganado en sufridos años de lucha, sino también condición esencial para cumplir su misión histórica de liberar nuestra patria de la explotación nacional e internacional. Sin embargo, desde las estructuras dirigentes del movimiento únicamente le llegan trivialidades que nada agregan salvo confusión.

Las funciones inexcusables es extender y ahondar ese conocimiento directo, elaborar críticamente datos de la realidad contemporánea y presentar conclusiones que aclaren su sentido, extraer y generalizar las enseñanzas que deja la acción colectiva, tareas sin las cuales no se perfeccionan las formas organizativas y de combate.

Es en la organización revolucionaria que se opera ese enriquecimiento recíproco, al cual contribuyen los cuadros directivos con las síntesis esclarecedoras que orientan a las masas obreras.

El peronismo lo necesita con urgencia, como punto de partida para replantear sus inoperantes líneas políticas.

Para saber cuales son nuestras fallas y llegar a sus causas hay que tener una visión global de la Argentina, de las fuerzas que chocan en su seno, de las características que revisten esos conflictos. U dentro de ese m

arco histórico, examinar el significado del peronismo, con qué tendencias sociales e irreductiblemente antagónico, qué políticas lo condenarán a frustrarse y cuáles sirven al objetivo de realizarnos como destino nacional.

Por no plantearse correctamente todo esto, las burocracias siempre rectifican los aciertos y reinciden en los errores. La indigencia teórica arrastra a los desastres estratégicos.

Lo primero que procuramos demostrar en la brevedad de este informe es que la teoría política no es una ciencia enigmática cuya jerarquía cabalística manejan unos pocos iniciados, sino un instrumento de las masas para desatar la tremenda potencia contenida en ellas. No les llega como un conjunto de mandamientos dictados desde las alturas, sino por un proceso de su propia conciencia hacia la comprensión del mundo que han de transformar.

John William Cooke – Diciembre de 1964

Capítulo I

Malestar en las bases
Seguros de nuestra propia fuerza y razón, durante la tiranía militar, aun en sus períodos más sombríos, la reconquista del poder nos parecía próxima e inexorable. A nueve años del golpe imperialista (de 1955) ese optimismo ingenuo ha cedido su lugar a otra actitud más realistas y reflexiva, aunque siempre poseída del optimismo.

El origen del descontento no es por lo tanto la violencia del régimen, son las sospechas sobre la aptitud del Movimiento para doblegarlo. Los presos, los torturados, los muertos, las innumerables jornadas de combate, testimonian nuestro coraje ante la adversidad: también despiertan interrogantes sobre si no estaremos malogrando tanto sacrificio.

Hay muchos de nuestros compañeros que relegan esas inquietantes intuiciones, resistiéndose a admitir el deterioro de las viejas certidumbres. Otros se tranquilizan oponiendo la convicción de que, pese a todos los obstáculos, a la larga el pueblo vencerá. Pero este fatalismo optimista no es más que otra forma de autoengaño: nuestros compromisos son con esta época, sin que podamos excusarnos transfiriéndolos a generaciones que actuarán en un impreciso futuro.

La historia no es nítida ni lineal n simple, la Argentina de hoy es un ejemplo de sus complicaciones y ambigüedades. La presencia del peronismo impide que las clases dominantes gocen tranquilamente de sus privilegios usurpados: es por sí misma, la prueba de la decrepitud del régimen, de su ineficacia para resolver los problemas del país (nota: aunque habría que considerar sus formas de prolongación y reciclamiento para mantenerse).

La inquietud prevaleciente responde a la impresión de que nuestros objetivos finales se hallan en una brumosa lejanía que nuestros esfuerzos cotidianos no parecen acortar. Dicho de otra manera: entre los anhelos de tomar el poder y los episodios de nuestra lucha, no se ve la relación de una estrategia que avance hacia los objetivos últimos. Se organiza lo táctico, pero sin integrarlo en una política que, por arduo que sea el camino que señale, presente la revolución como factible, como meta hacia la cual marchamos. No más que eso necesitan las masas, pero no con menos se conformarán.

Lo importante es destacar que allí está el origen de ese temor a no encontrar respuestas revolucionarias a los desafíos contemporáneos.

Las clases gobernantes no pueden ya aspirar a nada más que al mantenimiento del equilibrio, salvo las fluctuaciones secundarias entre fases de máxima tensión y fases de relativa calma social, permanecerán en la situación óptima mientras esta paridad no se rompa. El peronismo, como agrupación mayoritaria, necesita alterarla. Mientras no encuentre la política que lleve a conseguirlo, prorroga la vigencia del régimen y simultáneamente se debilita internamente.

Tiene ante si una opción entre dos líneas de conducta. Puede mantener la actual, confiando en que de alguna manera imprevista llegará al poder y se iniciará así el milenio peronista, concepción burocrática. O puede plantear la cuestión a la inversa: comprender que el futuro del Movimiento no está en acertar una tómbola sino en movilizar al pueblo en una política revolucionaria. La casualidad que nos regale el gobierno y nos garantice el futuro no se dará. Lo que sí podemos hacer es encarar los cambios internos de fondo que nos pongan en condiciones de aspirar al poder.

La crisis del Régimen y la crisis del Movimiento Peronista
Todos coincidían en que la causa originaria de la crisis fe el gobierno peronista. El que las penurias justamente comenzaran con la restauración de 1955 no pasa según ellos de mera casualidad. También es “casualidad” que después de nueve años de una política que es la antítesis de la que habría provocado la crisis, ésta sigue a toda marcha. Pero desde todas las tribunas se nos suministra una explicación que absuelve nuevamente al régimen con irrefutable rigor lógico: lo que impide sacar al país del pantano son las maquinaciones de una formidable asociación ilícita, que integran Perón, Fidel Castro, “los que sueñan con un retorno imposible” y Mao Tse Tung, además de una caterva de agentes del “comunismo internacional” que nadie ha visto nunca, pero que se nos dice que está por todas partes haciendo maldades a full time.

Sobre la caracterización de la crisis hay una amplia variedad de versiones: es crisis moral, o crisis de la cultura, o crisis del desarrollo, o crisis de jerarquías, etc.... Cada uno de sus exponentes toma por epicentro del fenómeno, aquel aspecto que se ofrece a su ángel de la muerte ronda a la Argentina. Ven el fin de sus privilegios como si fuese e fin de la comunidad: confunden el no-ser burgués con el no-ser de la Nación.

Por nuestras virtudes hemos podido agudizar las contradicciones internas de los sectores gobernantes, impedir muchos de sus abusos, evitar la institucionalización del despojo y el semicoloniaje. Por nuestras carencias no hemos logrado impedir que el régimen siga manteniendo intacta la superioridad en fuerza material que le permite subsistir, oscilando entre la dictadura desnuda y la dictadura encubierta tras las formas rituales de la democracia minoritaria. A su propia anarquía e incoherencia hemos opuesto nuestras propias indecisiones, nuestra invertebración teórica y operativa.

El pueblo se niega a aceptar el viejo juego político en que sólo participaba por procuración, y por medio del Movimiento ha hecho imposible el reestablecimiento de ese anacronismo, salvo como aparato desprovisto de todo vestigio de representatividad. No ha logrado en cambio, dotar a esa vocación de poder de una práctica eficaz. La resistencia no es suficiente: sin contraataque no hay victoria.

El Movimiento exige una política en que se conjuguen las ideas, la práctica y la organización revolucionaria, en que la búsqueda de los objetivos finales se armonice y complemente con las variantes tácticas y operativas capaces de dar respuesta a cada coyuntura.

Cada vez que se nos cierran los caminos de la semilegalidad, la burocracia declara la guerra. Pero nada más. Esta que librada a la espontaneidad de sacrificados activistas que oponen una violencia inorgánica, inconexa e insuficiente, al potencial y a la técnica siempre en aumento de los órganos represivos oligárquicos imperialistas. Esta vacancia de conducción dura hasta que viene un nuevo período de soluciones negociadas. Entonces, los que estuvieron en la retaguardia durante el combate, pasan a ser la vanguardia en los trámites de la tregua y capitalizan la abnegación de las bases en la mesa de arena de los acuerdismos.

En el escenario político del país, la diferencia entre los partidos tradicionales y el peronismo es neta, tajante, evidente por si misma. Esto explica que nos proscriban, no pertenecemos al mismo sistema. Pero las estructuras del movimiento no reflejan esa contradicción irresoluble, sino que ésta reaparece internamente. Tenemos por un lado el peronismo rebelde, amenazante para los privilegios, y por otra parte, aparatos de dirección en los que predomina una visión burguesa, reformista, burocrática, en luhar de la visión revolucionaria que corresponde a la realidad objetiva del papel que cumple el peronismo en la vida nacional (nota: en la vida partidaria, el pejotismo liberal ocupó el lugar contra el peronismo revolucionario).

Capítulo II

El orden de la oligarquía liberal
“¿Cuál es la fuerza que impulsa ese progreso? Señores, ¡es el capital inglés!"
- Bartolomé Mitre

La recolonización de 1955 permitió a la minoría explotadora ocupar económica y políticamente el país, pero no culturalmente. Antes una cosa implicaba a la otra, ahora no.

La fórmula había funcionado durante un siglo a partir de la derrota nacional de Caseros. Allí se liquido el pleito entre las dos corrientes que chocaban desde los días de Mayo: la del puerto de Buenos Aires, cosmopolita, librecambista, vehículo de ideas e intereses que convenían a Europa y trataba de imponer al resto del país; y otra, nacionalista popular, que veía al país en su conjunto y como parte de la unidad latinoamericana. Antimorenistas y morenistas, dictatoriales y americanistas, unitarios y federales, fueron fases de ese enfrentamiento. Una vez que Argentina quedó incorporada como satélite de la primera potencia capitalista de mediados del siglo XIX (Inglaterra) y se unificaba en la política de la oligarquía portuaria los antagonismos se denominaban separatistas bonaerenses y hombres de Paraná: crudos y cocidos, chupandines y pandilleros, liberales y autonomistas, cívicos y radicales.

Desde la Independencia, los intereses foráneos tenían su aliado natural en la burguesía comercial de Buenos Aires, dispuesta a enriquecerse como intermediaria de un comercio sin restricciones en Europa. Su primera víctima fue Mariano Moreno, cuya visión americanista chocó con el centralismo unitario que subordinaba el país a la política bonaerense, a ellos se debe el rechazo de los diputados orientales que llevaban a la Asamblea del año XIII las instrucciones de Artigas sobre la organización confederal. Sólo desacatándose pudo realizar San Martín la campaña de Chile y Perú, pero el pago fue dejarlo abandonado a su propia suerte en suelo peruano, del cual pasó al exilio voluntario y definitivo.

Fue contra los devaneos monárquicos de ese grupo que los gauchos impusieron el principio republicano en el año 20, fue contra la Constitución aristocratizante de su agente conspicuo –Rivadavia- que se alzaron seis años después los caudllos federales. Dignos antecesores de la oligarquía contemporánea, en 1815 sancionaron la Ley de Vagancia para terminar con la protesta de los gauchos hambreados por la política de los exportadores de carne. En la Constituyente de 1826 los rivadavianos proponían una cláusula prohibiendo el voto de los domésticos, soldados de línea, peones, jornaleros, en una palabra, a la chusma que había hecho la Independencia. Dorrego a quien luego harían asesinar por Lavalle ridiculizó los argumentos de esa minoría reaccionaria. La de hoy, aplica al mismo principio proscriptivo aunque no tiene la valentía de sostenerlo com doctrina.

Fue ese unitarismo el que concedió a Inglaterra la franquicia para que sus barcos navegasen nuestros ríos, a cambio del derecho espectral de que los barcos que no teníamos navegasen por el Támesis, el mismo escandaloso unitarismo que dio toda la tierra pública como garantía para contraer el empréstito con Bering Brother's, el que entregó las minas de Famatina a un consorcio europeo del cual Rivadavia estaba a sueldo, el que creó el Banco de Descuentos dando el control a los comerciantes ingleses.

La época de Rosas fue un compromiso entre Buenos Aires y el interior, unidos en una política defensiva contra el colonialismo anglofrancés y las fuerzas que secundaban sus planes para desintegrarnos. Buenos Aires retiene las ganancias del puerto, pero encabeza la lucha contra el extranjero. La Ley de Aduanas protegía a la industria artesanal, el coraje criollo, la soberanía acechada.

Rosas, caudillo de la conjunción de fuerzas populares que terminó con el unitarismo, era la cabeza de los ganaderos bonaerenses, y formaba con sus amigos y parientes el sector más dinámico de la economía, integrado como industria de tipo capitalista e independiente del sistema comercial de Inglaterra: cría de ganado, saladeros, flota de barcos para transportar los productos a diversos mercados. Cuando esas circunstancias cambiaron, la política proteccionista del Restaurador ya no contóicon el apoyo de los estancieros, que se unieron a la coalición organizada por Inglaterra y dirigida por el imperio esclavista de Brasil.

En 1852 el país necesitaba superar el equilibrio precario del período rosista e integrarse como nación moderna, constituyendo una unidad económica con el territorio nacional como mercado interno único y el puerto de Buenos Aires, puesto al servicio común como base para un desarrollo capitalista autónomo. Ocurrió todo lo contrario.

La burguesía comercial portuaria afirmó su control al haberse constituido también como burguesía terrateniente. Los hombres de la Federación poco pudieron contra sus maquinaciones, especialmente cuando Urquiza hipotecó su caudillaje para salvar sus vacas, y la “barbarie” del interior fue aniquilada para asegurar la hegemonía de esa oligarquía ganadero-comercial.

La Argentina se incorporó al proceso económico mundial, pero como mercado complementario del capitalismo inglés. La manufactura importada terminó de aniquilar nuestras industrias embrionarias. Los ferrocarriles dibujaron una nueva geografía donde el intercambio interregional desaparece, se expande el mercado comprador de artículos ingleses y nacen “las provincias pobres”, las compañías extranjeras, los grandes terratenientes y la burguesía que participaba del negocio importador y exportador, engordan a medida que la riqueza del interior cae en los toboganes que la deposita en los puertos para ser transferida a las islas británicas. Los ríos que el paisanaje había cerrado con cadenas para atajar a las flotas invasoras, pasan a ser vías internacionales por prescripción constitucional: no la prosperidad sino la miseria navegarán por ellos.

Zona marginal del centro capitalista inglés, también debíamos ser dependencia ideológica y política. Es que el imperialismo es tanto un hecho técnico-económico como cultural. El lugar de operaciones aisladas de intrecambio, establece una relación permanente que no se agota en cada transacción, los capitales colocados en la semicolonia deben rendir frutos durante muchos años. Es preciso entonces evitar toda inseguridad en los reintegros y pagos de intereses. Debe procurarse que crezca la economía agraria para que sus productos fluyan a la metrópoli, y que no surjan industrias que desequilibren la “división internacional del trabajo”.

El imperio necesita contar con gobiernos estables, ordenados, buenos pagadores e inmunes al extravío nacionalista. Para eso no hace falta recurrir a la presión directa o a los groseros despliegues de potencia armamentista. La penetración financiera produce el encumbramiento de una oligarquía nativa cuyo destino estaba ligado al del “gran país amigo”.

Las expediciones punitivas de Mitre y Sarmiento ahogaron en hierro y fuego las protestas del pueblo, la cabeza de Chacho Peñalosa, exhibida en la Plaza de Olta, simboliza a la oligarquía mucho mejor que los mármoles y bronces con que ella se ha idealizado.

La dependencia económica aseguró la esclavitud mental. La semicolonia quedó unificada en el culto idolátrico de las ideas –símbolo del liberalismo- y cuanto se le oponía fue sentenciado y ejecutado en trámite sumario.

La lucha política era entre minorías. La montonera había sido una forma de política elemental en la que se participaba directamente. El hombre de nuestro campo tomaba la lanza y arrancaba detrás del caudillo: iba a pelear contra los españoles o al grito de “Federación o Muerte” (que según se ha demostrado, significaba “República o Muerte”) contra los proyectos monárquicos centralistas de la aristocracia porteña o contra el chancho inglés o francés que rondaba nuestras aguas, en último caso para entreverarse en peleas de menor significación.

El enriquecimiento de la región pampeana significó, como contrapartida, el estancamiento del interior. El libre cambio tuvo un primer efecto negativo: la producción artesanal de las provincias interiores no pudo resistir a la afluencia de manufacturas extranjeras.

Durante la época de Rosas no se había contraído empréstitos con el extranjero, pero a medida que la Argentina aumenta sus exportaciones, y por ende su solvencia como deudor, se recurre al crédito externo con tal exageración que el país se va hipotecando hasta límites increíbles. Sarmiento se vale del empréstito para terminar la guerra con el Paraguay y “pacificar” nuestro interior; otros empréstitos se piden para obras que no se construyen, para planes que nunca se inician, a veces sin buscar pretexto plausible. Después se van pidiendo empréstitos para pagar los servicios de empréstitos anteriores. Sólo de 1863 a 1873 los ingleses prestan a la Argentina 15 millones de libras esterlinas.

En estos idílicos tiempos, que tanto añoran los conservadores, el país sufría inmediatamente los efectos de cualquier contracción en los países industrializados. Estos eran periódicamente sacudidos por la crisis que llegaban aquí con violencia multiplicada al reducir la demanda de nuestras exportaciones y simultáneamente el precio que se nos pagaban por ellas. Además, justo cuando nuestro país entraba en crisis, Gran Bretaña drenaba nuestras reservas de oro agravando la situación. Sin embargo, las clases dirigentes ponían todo su empeño en mantener el crédito internacional de la Nación a toda costa. Un presidente diría que “es necesario economizar sobre el hombre y la sed de los argentinos”.

Yrigoyen y sus enemigos
Fue Yrigoyen quien, orientándose como pudo, infligió serias derrotas al aparato que asfixiaba al país. El Yrigoyenismo fue un movimiento de masas que expresaba la tendencia al crecimiento del país, frenado por la alianza de la aristocracia latifundista y el imperio británico.

En el gobierno tuvo entre otros méritos, el de cumplir con su promesa de no enajenar ninguna parte de la riqueza pública ni ceder el domino del Estado sobre ella. En un asunto clave como el ferroviario su acción fue fecunda y demostró una comprensión cabal cuando, al vetar la ley del Congreso que traspasaba las líneas del Estado a una empresa mixta, afirmo en el Mensaje: “el servicio público de la naturaleza del que nos ocupa ha de considerarse principalmente como Instrumento de Gobierno con fines de fomento y progreso para las regiones que sirve”. El apoyo a YPF, la tentativa de crear un Banco del Estado y un Banco Agrícola, la compra de barcos, etc.., son otras tantas pruebas de su orientación nacionalista.

Su política internacional fue digna, altiva, independiente y retomó el sentido latinoamericanista que poseían los hombres de la Independencia y que se perdió a mediados de siglo pasado.

Es bueno insistir sobre el manto de plomo que recubría la cultura del país. Las voces solitarias de aquí y allá querían agregar un aporte renovador, estaban fuera (o se las dejaba rápidamente) de los medios de difusión capaces de amplificarlas hasta influir en la conciencia política nacional. La transición a concepciones políticas más adelantadas y claras que producirse dentro del radicalismo, cosa que no ocurrió. Fuera de él, en las fuerzas organizativas, había un páramo ideológico.

El Partido Conservador, representante de la oligarquía terrateniente, no se resignó a la pérdida del gobierno ocasionada por la aplicación del sufragio libre. Mientras esperaba la hora de recuperar el poder por la violencia, su táctica consistió en unir todas las fuerzas posibles bajo el lema negativo de hacer antirradicalismo (luego, cuando contó con aliados en el propio radicalismo, su bandera sería el “aniitigoyenismo”).

El aliado más consecuente que siempre tuvieron los conservadores fue el Partido Socialista, que no sólo los acompañó en las maniobras concretas contra el radicalismo, sino que también lo haría contra el peronismo.

Buenos Aires, puerto de factoría que servía a la intermediación importadora-exportadora, centro burocrático al que convergían los inmigrantes y los criollos desplazados por el latifundio, era la única realidad que veían –incompleta y erróneamente, además- los socialistas. Por el resto del país sentían el mismo desprecio que los “civilizadores” mitristas y rivadavianos.

La gran mayoría de los explotados estaba en el campo: eran los peones de la estancia, los obrajeros, los hijos de la tierra convertidos en mano de obra miserable.

La Argentina quedaba seccionada en una porción industrial y en otra que no lo era, cuyos respectivos asalariados se incomunicaban entre sí y perseguían objetivos contrapuestos. Era una estrategia que podía deparar algunas mejoras a sectores reducidos del proletariado (creando nuevos motivos de desunión interclasista) pero le vedaba la lucha política para avanzar en conjunto como clase. Los obreros industriales, sin peso en el cuadro global de la economía subdesarrollada, no podían ser factor de transformaciones revolucionarias si actuaban de espaldas al resto de los perjudicados por el sistema oligárquico imperialista. A cambio de la fantasía de buscar una liberación exclusiva, para ellos solos, en medio de la Argentina desangrada, rompían el frente capaz de obtener una liberación real y abdicaban del papel que les correspondía dentro de ese frente como clase revolucionaria.

En suma, no les quedaba más que “el sindicalismo puro”, la lucha economista por mejoras inmediatas, aunque debilitados por renunciar a la solidaridad de los otros grupos de intereses comunes, y votar por los socialistas, con lo que terminarían de suicidarse. Como el Partido Socialista era enemigo de la industrialización, la clase proletaria no crecería, y como también era librecambista y enemigo de lo que llamaba las “industrias artificiales”, cuando éstas desapareciesen, los obreros sin trabajo aumentarían la oferta de mano de obra y bajarían los salarios. Limitándose a una política meramente encaminada a las mejoras salariales en la industria, éstas servirían, por una parte, para aumentar la diferencia entre las remuneraciones de la ciudad y del campo, característica de los países subdesarrollados, al mismo tiempo, servirían de pretexto para el aumento de costos de producción y, sin proteccionismo, las industrias quedarían en peores condiciones ante la competencia extranjera.

Con estas menciones basta para apreciar que si el Partido Socialista nos ha negado siempre hasta “la leche de la clemencia”, no es por oportunismo ni por improvisación, sino por una vocación rectilínea –desde la cuna hasta la tumba-. La oligarquía copiando instituciones liberales y el Dr. Justo remedando enfoques socialistas llegaban siempre a las mismas conclusiones y compartían los mismos prejuicios. Por ejemplo, al peón de cambo y al obrajero que los oligarcas explotaban y denigraban, el Dr. Justo los crucificaba teóricamente negándoles toda capacidad política. Su discípulo, el Dr. Repetto, explica que era imposible hacerles comprender razones “porque se trata de gente muy ignorante, envilecida en una vida casi salvaje”.

Mencionamos las modalidades que los hacen indistinguibles del conservadorismo, destacaremos algo que acredita a los socialistas como caso político único. Es el partido socialista del mundo colonial y semicolonial que nunca fue antiimperialista, ni siquiera doctrinariamente. Más aún: es el único partido socialista del Mundo que ha defendido expresamente al imperialismo. Hasta los más viscosos amarillismos social-demócratas de Europa, beneficiarios y cómplices de la política colonial de sus burguesías, al menos en teoría han condenado al imperialismo. En la Argentina tenemos un fenómenos mundial: un partido socialista proimperialista en la teoría y en la práctica.

Los designios de Estados Unidos de imponer su hegemonía en todo el continente no constituían ningún secreto: sus hombres de Estado lo venían proclamando desde hacía un siglo y había muchos hechos probatorios en exceso, la oposición a los proyectos de Bolívar para la unificación continental, la destrucción de nuestro Puerto Soledad en las Malvinas, el robo a México de más de la mitad de su territorio, las depredaciones en Nicaragua, la incursión naval contra Paraguay, erean algunos ejemplos. Pero cuando la intervención yanqui en Cuba, a principios del siglo XX, Juan B. Justo observó: “Apenas libres del gobierno español, los cubanos riñeron entre sí hasta que ido un general norteamericano a poner y mantener la paz a esos hombres de otras lenguas y otras razas. Dudemos pués de nuestra civilización”. Dudemos más bien de los socialistas cipayos, porque hasta los obrajeros analfabetos del Dr. Repetto saben que cuando los cubanos tenían ganada la guerra de la Independencia, en 1898, los norteamericanos, mediante una provocación, tomaron parte en la contienda y se constituyeron en usufructuarios del sacrificio de los isleños que venían guerreando desde hacía treinta años, firmaron un tratado de paz con España sin dar intervención a los cubanos, y se apoderaron de las Filipinas, Guam, Puerto Rico, etc. En Cuba nombraron un gobernador militar y sólo lo retiraron cuando se les dio la base de Guantánamo (que todavía ocupan) y se les reconoció el derecho de intervenir militarmente. Cada vez que había protestas por el fraude con que se elegía a un presidente amanuense de los yanquis, estos mandaban fuerzas amparados en esa concesión.

Únicamente los socialistas argentinos se les podía ocurrir echarle la culpa a los cubanos de esas intervenciones imperialistas que sufrieron todas las naciones que estaban en el radio geopolítico de Estados Unidos.

Cuando decía “dudemos de nuestra civilización”, se trataba de una ironía justista: quería decir que estaba seguro de nuestra barbarie. Como la civilización y el progreso sólo pueden llegar del extranjero, también aplaudieron la maniobra yanqui que quitó una provincia a Colombia y creó la república artificial de Panamá. Pensaban, como los yanquis, que nuestro continente sería un emporio de civilización si no estuviese poblado por latinoamericanos.

Lenin, explicando la desviación reformista de los movimientos europeos que recibían su cuota del producto colonialista, dijo que “el partido obrero-burgués es inevitable en todos los países imperialistas”, ha mencionado asimismo que “en todos los países en los que existe el modo de producción capitalista hay un socialismo que expresa la ideología de las clases que han de ser sustituidas por la burguesía”. En esta segunda categoría estaría el Partido Socialista de nuestro país sin describirlo totalmente. La Argentina, siempre al día con las modas del Viejo Mundo, quiso darse el lujo de tener un partido obrero-oligárquico-proimperialista, una creación de la fantaciencia política. Desde que se acriollaron los inmigrantes, nunca más consiguieron reclutar a un proletario. Cuando en la Casa del Pueblo ven acercarse a un grupo de obreros, cierran las puertas y piden custodia policial.

En 1930 la situación se tornó mucho peor, los efectos de la crisis se sentían fuertemente y la reacción afilaba sus cuchillos. Como después pudo verse, el curso de la economía en todo el mundo no admitía ninguna salida de la depresión. Había que capearla lo mejor posible. Pero la maquinaria de la oligarquía le permitía exagerar las fallas del gobierno, atribuirle la culpa de procesos que eran inevitables y marcarlo como responsable del descontento popular.

El Partido Socialista, infaltable en las grandes infamias contra el país, dio una batalla parlamentaria contra la ley de nacionalización del petróleo y lo mismo de su desprendimiento, el Partido Socialista Independiente, se sumó al escándalo callejero, arrastrando a los bobalicones de la pequeña buguesía portuaria, que creían que aquellos tribunos municipales eran la última palabra en materia de progresismo y audacia de pensamiento.

Entre otras lindezas, el diario La Nación emitió este juicio sintético: “No se recuerda ninguna época de fanatismo y corrupción como esta”. Y La Prensa: “Nunca antes en la Argentina, un gobierno quiso mostrarse y se mostró más prepotente, omnisciente, ni llegó a dejar mayor constancia de su incapacidad de actuar, respetar y ser respetado. Por su parte el Partido Comunista no aportaba nada al esclarecimiento de las cosas, por el contrario, definió al gobierno de Yrigoyen como “reaccionario” y “fascistizante”.

El clásico frente antipopular, perfectamente sincronizado, sacó a relucir sus grandes palabras y los militares de cabeza hueva hicieron de verdugos.

La Década Infame
“Recién entonces comprendimos qué punto de nuestras oligarquía estaba divorciada de la vida nacional
y pudimos medir la amplitud y la perfección con que dominaba los nudos estratégicos de la vida de relación”
- Scalabrini Ortiz

En la dictadura que sustituyó a Yrigoyen pugnaban dos corrientes de pensamiento. Los amigos más próximos del general Uriburu profesaban un vago nacionalismo fascista, cuyo expositor principal había sido Leopoldo Lugones, por entonces en una de las etapas más reaccionarias de su vida atormentada y contradictoria. Se identificaba a la patria con su aristocracia, frente a la chusma que venía a ser lo espúreo y extranjero. Era la “hora de la espada”. La dictadura clasista y los grupos conservadores planteaban su contradicción de siempre: invocaban las ideas de la democracia liberal pero en los hechos tenían que violar para impedir el retorno del partido derrocado, sobre todo cuando la elección de abril de 1931 demostró que los radicales seguían siendo mayoría.

Después del a guerra 1914-18, la posición de Gran Bretaña como primera potencia financiera había cedido ante los Estados Unidos, que emerge como primer país acreedor del mundo. En la Argentina eso se reflejó en un avance norteamericano, tanto en el monto de sus inversiones como en su participación en nuestro comercio exterior. El país se convirtió en zona de fricción entre ambos imperialismos. Los norteamericanos invertían en algunos sectores de la industria y tenían sus ojos puestos en los yacimientos petrolíferos, buscaban el desarrollo de la vialidad para ampliar el mercado de sus exportaciones: automóviles, petróleo, caucho, etc. Los ingleses defendían el sistema de transportes estructurado en torno a los ferrocarriles y al suministro de carbón. La crisis del año 30, dio transitoriamente el triunfo a los ingleses.

Las inversiones directas norteamericanas habían pasado de 40 millones de dólares en 1913 a 330 millones de dólares en 1929, en 1940 representaban 360 millones: el 14% de las inversiones extranjeras contra el 61% que poseían los ingleses.

Con la primera guerra había terminado el período de auge del sistema capitalista universal. La crisis iniciada en 1929 no fue más que un efecto retardado de ese resquebrajamiento cuyos problemas habían quedado irresueltos. En la Argentina el impacto fue tremendo, como consecuencia de la indefensión que nos creaba el sistema agroexportador. Las condiciones de nuestro progreso –demanda creciente de productos agropecuarios, fertilizad de la zona pampeana, arribo de capitales y de inmigración- provenían de afuera, al margen de una acción consciente impulsada por factores internos. Ese desarrollo espontáneo ya estaba agotado para entonces, pues el aumento de la producción ya no podía hacerse mediante la incorporación de nuevas tierras aptas para el proceso productivo. La crisis trajo un estancamiento en la demanda mundial de nuestras carnes y cereales, y el valor de las exportaciones argentinas se redujo, de golpe, en un 50%.

Los países industrializados abandonaron los métodos del liberalismo y establecieron una serie de medidas para contrarrestar los efectos de la depresión. Simultáneamente, se invirtió la corriente mundial de capitales: en lugar de afluir a los países dedicados a la producción primaria, retiraron gran parte de las inversiones y cesaron sus préstamos. Para hacer frente a los déficit de sus cuentas internacionales, los países como Argentina no tenían otro recurso que apelar a sus reservas de oro y divisas y, cuando éstas se agotaron, a diversas medidas de regulación económica.

La conferencia de Ottawa, en que Gran Bretaña había establecido sus dominios un sistema de “preferencias” que cerraba las puertas a la penetración comercial americana, puso a nuestra oligarquía en el trance de perder el mercado británico de carnes. Empavorecida mandó una delegación a Londres, encabezada por el vicepresidente de la República, que firma el pacto Roca-Runciman y somete a nuestra economía a dictados ingleses. Gran Bretaña no se comprometía a nada importante. En cambio se le otorgaba el control de nuestro mercado de carnes y distribuir el 85% de su exportación, asegurándose además que el transporte se realizase en sus buques.

La clase dirigente entregó al extranjero todo cuanto éste exigió, desde el manejo de la moneda y el crédito hasta el monopolio de los transportes. El principal instrumento de dominación fue el Banco Central, cuya ley preparo Otto Niemeyer, vicepresidente del Banco de Inglaterra, y fue adoptada y puesta en ejecución por los doctores Pinedo y Prebisch. La misión nombrada por Justo para proyectar las reformas financieras del país era, con leves modificaciones, la misma que antes había nombrado el gobierno de Uriburu. La componían Alberto Hueyo, E. Uriburu, Federico Pinedo, Raúl Prebisch, R. Berger, R. Kilcher, L. Lewin, y Robert W. Roberts, representantes de la banca Baring Brothers, Morgan y Leng, Roberts y Cía., que eran acreedores del gobierno. Extranjeros eran los ferrocarriles, los teléfonos, el gas, los frigoríficos trustificados que controlaban la exportación de carnes, las empresas de comercialización de las cosechas, los tranvías, ómnibus y subterráneos.

Para dar una ídea del aniyrigoyenismo, Alvear había festejado la caída de Yrigoyen.

Los socialistas aprovecharon los años de abstención radical para conquistar una numerosa bancada parlamentaria, luego reducida a representaciones de la Capital Federal. Ostanteron el mérito de no complicarse en ninguno de los escandalosos negociados de la época, pero silenciaron el escándalo total de nuestro encadenamiento a Gran Bretaña y de los avances del imperialismo yanqui. Al fijar posición en el debate parlamentario sobre el pacto Roca-Runciman, el diputado Nicolás Repetto aclaró: “Desde luego, nuestro voto no implicará un reproche a la gestión diplomática realizada en Londres por el doctor Julio A. Roca. Manifestamos y lo hemos hecho públicamente, nuestra adhesión por la forma tan discreta, por la perseverancia realmente ejemplar y por la alta dignidad que nuestra representación ha sabido mantener en todo momento en el ejercicio de su elevado mandato”.

Su oposición se limitó a lo episódico y marginal, sin calar en ninguno de los temas fundamentales que afligían a la Nación. Eran la oposición ideal para el régimen: moderada, enemiga del desorden, cultora de todos los mitos proimperialistas. Su minúscula astucia de jacobinos parroquiales consistía en equiparar a radicales y conservadores en salvaguardia del orden cuando se temía que los radicales intentasen perturbarlo.

Los radicales siempre reprocharon a los socialistas el haberse aprovechado de su abstención para obtener representaciones y legalizar el fraude de los conservadores. En defensa de esa actitud, Repetto dijo hace nos años cosas muy graciosas: relata que, vetada la candidatura Alvear-Güemes en 1931, Lisandro de la Torre vacilaba en presentarse como candidato de la fórmula con el propio Repetto, pero éste en vano aventó sus escrúpulos, y termina diciendo: “Los hechos ocurrieron en la forma supuesta por mí, y en la elección presidencial siguiente, los radicales triunfaron con su candidato, el Dr. Roberto Ortiz” (La Razón 24/10/61). No menciona que Ortiz fue electo por los conservadores y radicales antipersonalistas mediante un fraude cometido contra el candidato de la UCR, Alvear. Con el criterio de Repetto, en la elección de 1931 no hubo proscripción radical, puesto que el general Agustín P. Justo era también radical antipersonalista (Ortiz fue uno de sus ministros).

Desde luego, ahora los radicales prefieren no hablar de esos episodios, desde que hace años son ellos los que usufructúan la proscripción del partido mayoritario (nota: el peronismo había sido proscrito desde 1955) y eso les ha convertido en gobierno. Cuando aluden al tema se enredan en explicaciones más retorcidas aún que las habituales. Uno de los que ha abordado intrépidamente es el Dr. Ricardo Balbín, y como era de esperar, desapareció toda confusión. Su diáfana oratoria dejó establecido que las situaciones no eran idénticas. “Los radicales mantuvieron su entereza moral en la abstención, sin prestarse con sus votos a pactos ni a la confusión de la República. Los proscritos deben tener espíritu demócrata y no ser aventureros del poder” (La Razón, 06/08/61).

Capítulo III

La brisa de la historia
La política de neutralidad del gobierno militar rompía la unidad continental que Estados Unidos buscaba para su política de guerra (Segunda Guerra Mundial). El Departamento de Estado apeló a todos los recursos para forzarlo a cambiar de línea o provocar su derrocamiento: retiro de los embajadores latinoamericanos, inglés y norteamericano, congelamiento de nuestras reservas de oro en Estados Unidos, prohibición a sus barcos de tocar puertos argentinos, restricción de sus exportaciones con destino a nuestro país, etc. Recién en 1945, cuando la suerte del conflicto mundial estaba decidida, la Argentina rompió relaciones con el Eje, pero sin unirse al rebaño de las restantes repúblicas americanas conducidas por los yanquis.

Los partidos, la prensa y los intelectuales, movidos por el imperialismo, apoyaban al empajador yanqui Spruille Braden, quien actuaba públicamente en la vida política argentina, fogoneando la renuncia y detención de Perón.

Pero los trabajadores ya no consintieron esa nueva vergüenza: todo el país quedó paralizado por una huelga general y las multitudes marchan hacia Plaza de Mayo donde exigen la libertad de Perón y su vuelta al poder.

Scalabrini Ortiz ha dejado una inolvidable descripción de esas jornadas. De ahí extraemos algunos párrafos que captan su vivencia: “Un pujante palpitar sacudía la entrada de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en un mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, aglutinados por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón.

El milagro aritmético
La oligarquía había temblado ante la invasión de los descamisados. Las explicaciones autotranquilizadoras le devolvieron la calma que se transformó en euforia cuando, de inmediato, el gobierno convocó a elecciones para cuatro meses más tarde: allí obtendría el triunfo que se le acababa de escapar de las manos y castigaría la escoria responsable del fracaso.

El Régimen al que había referido Yrigoyen se había reconstituido, esta vez el radicalismo como participante principal. El acercamiento de los partidos respondió, como hemos visto, a una serie de motivos: el belicismo los llevó a desarrollar actividades conjuntas, y desde junio de 1943 habían desaparecido las causas del antagonismo –fraude, lucha por el gobierno- y todo contribuía a unirlos, incluso la desgracia común. Ante la ola desconocida que traía un candidato “de afuera”, no perteneciente al selecto club democrático-representativo, se constituyó la Unión Democrática.

Mirada desde el ángulo tradicional, la Unión Democrática era una aplanadora: estaban todos los partidos que tenía el país, es decir, todos los votos. Los analistas procedían con criterio realista y admitían que de ese inmenso montón de sufragios había que descontar unos puñaditos de gente votaría al candidato “imposible” algunos obreros sin conciencia que se habían dejado engañar por el demagogo, los sectorcitos que seguirían a los radicales de la Junta Renovadora, los totalitarios, claro está, y por fin ciertos elementos de la población, como ser vagos, ladronzuelos, punguistas, borrachos, malevos.... En suma, una ínfima minoría de estúpidos y antisociales, y por consiguiente, lo único que tenía interés era el escrutinio de las listas de diputados para ver como estaría compuesto el Parlamento que acompañaría al gobierno de Tamborín-Mosca.

Para mayor garantía, el imperialismo yanqui no dejaba de ayudar a sus amigos. Poco antes, la Junta de Exiliados Políticos Argentinos se había dirigido a las Naciones Unidas pidiendo la solidaridad del continente contra nuestro gobierno, en un documento que llevaba la firma de los partidos Socialistas, Demócrata Progresista, Radical, Demócrata Nacional (conservador) y Comunista. Braden había dejado la embajada, ascendido al cargo de Subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos y desde allí trataba de obtener el asentimiento para los que desde aquí pedían “la intervención militar en la Argentina”. En noviembre de 1945, el canciller uruguayo, Rodríguez Larreta, le da estado diplomático a la tesis y emite la Doctrina de Intervención Multilateral, propiciando la intervención colectiva del hemisferio para restablecer la democracia en nuestro país, recibiendo la respuesta que merecía de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores.

Faltando pocos días para las elecciones, el Departamento de Estado norteamericano publicó el Libro Azul, donde se repetían las habituales acusaciones y se daban “pruebas” de que Perón y sus colaboradores eran agentes nazis, nuestro gobierno las desmintió con el Libro Azul y Blanco, haciendo enérgicas consideraciones sobre la intromisión norteamericana en los asuntos internos de la Argentina.

No hay necesidad de explicar como fue que perdieron todos los partidos, con toda la prensa y el dinero, con las omnipotentes embajadas de las democracias victoriosas, con los estudiantes, profesionales e intelectuales, con los caudillos grandes y chicos de todo el país.

Ese golpe fue cruel para todos ellos. Muy especialmente para el radicalismo, que de ser una inmensa mayoría, se encontró ante la sorpresa de que no podía ganar ni con el aporte de todos los partidos juntos. Sus frases seguían siendo las mismas, los propósitos que venían enunciando no habían cambiado, ni tampoco la comunicación inmaterial con las masas de Alem, Yrigoyen y Alvear. Sin embargo ese pueblo que durante trece años de fraude había querido votarlos, ahora que tenían la oportunidad de hacerlo en comicios libres, les volvía la espalda para seguir a un recién llegado.

Ellos se veían a sí mismos de una manera: la imagen era falsa y el pueblo los contemplaba tal eran.

La UCR, como todo partido “serio”, excluyó de su léxico la palabra “imperialismo” justo cuando el hombre de la calle estaba adquiriendo conciencia de su peligrosidad.

El caso que venimos analizando deja una primera lección: no hay que encerrarse en cuevas ideológicas porque afuera pueden estar sucediendo cosas importantes y uno enterarse demasiado tarde o no enterarse nunca.

El Partido Comunista, que se autotitulaba “vanguardia del proletariado”, se desempeñó como vanguardia de la oligarquía. De lo que se han valido los antiliberales reaccionarios para desacreditar al marxismo que parecería conducir sistemáticamente a las mismas posiciones que el liberalismo. Lo cual es falso. Primero, porque el marxismo no es una doctrina que de respuesta automáticamente a cada situación, es un método para conocer la realidad social y guiar las actividades tendientes a cambiarla, según como se lo utilice se llegará o no a interpretaciones y a líneas de acción concretas. Y segundo, porque lo que ha caracterizado siempre al PC Argentino es, precisamente, el no aplicar la teoría que invocan.

Tienen una concepción del país que proviene, en parte, de asimilarlo a modelos históricos que no se adecuan a nuestro casi y, en parte, de la mitología mitrista. Y una política consistente en adaptarse mecánicamente a la política de la URSS. El marxismo sirve para justificar literalmente esa suma de irrealidades.

Así, de la táctica de los “frentes populares” cuando se firmó en 1939 el pacto ruso-germano, a defender la neutrailidad y denunciar como sirvientes del imperialismo a los que intentaban meternos en la guerra. Pero cuando la URSS fue arrastrada a la contienda de los “imperialismos” pasaron a ser “democracias”, los neutralistas fueron declarados “nazis” y los cipayos pasaron a ser la esperanza de la Patria, no abandonaron el frentismo, que es su técnica permanente, pero ya no se buscó el “frente nacional antiguerrero” sino otro para incorporar a nuestro país en el frente único de los pueblos en guerra con el “nazifascismo”.

Era un nazifascismo tan raro que había levantado la intervención de las universidades, dado legalidad al Partido Comunista después de 15 años de proscripción, permitía la libertad de prensa más desenfrenada, y celebró las elecciones más limpias de toda nuestra historia, como lo reconocieron los partidos opositores.

Ningún integrante de la Unión Democrática creyó que pudiera triunfar el coronel Perón. El 17 de octubre había sido un misterio “policial”: el 23 de febrero (elecciones) fue un misterio aritmético.

Algunos dijeron después, para prestigiarse como zahoríes, que se la vieron venir: no es cierto, eso estaba fuera de toda lógica que ellos pudieran desarrollar. Por lo general, hasta el día de hoy siguen sin enterarse de lo que pasó. En el subconsciente les baila la hipótesis de que cosa de magia negra.

1945-1965: Citación nacional y actuación revolucionaria de las masas
En el año 1945, los bárbaros invadieron el reducto de la democracia para esquistos, distorsionaron todas las relaciones sociales, desmontaron los cómodos engranajes del comercio ultramarino y para colmo, se mofaron de las estatuas y cenotafios con que la oligarquía gusta perpetuarse en el mármol y en el bronce.

El 17 de octubre era algo tan nuevo, que rápidamente lo redujeron a su verdadero valor: era una especie de congregación de papanatas, delincuentes o como decían los cultos de la izquierda oficial, lumpen proletariado, arriados por la policía en una especie de carnaval siniestro. Lógicamente el 24 de febrero, cuando se reunieron todos los partidos políticos, los que tenían todos los votos, el candidato imposible como llamaban a Perón, no tenía otra perspectiva que la de conseguir algunos votos de esos elementos marginados.

La verdad es que los dueños de todos los votos perdieron, en lugar de unos pocos sufragios de la canallas, la canlla sacó más sufragios que todos los partidos juntos desde la izquierda a la derecha.

Inmediatamente los teóricos buscaron explicación y lo plantearon como un episodio de la lucha de nazis y antinazis dentro de su característica habitual de trasladar a escala nacional los problemas universales. Pero por detrás de todas esas explicaciones, en el fondo del subconsciente les baila la hipótesis de que había sido cuestión de magia negra.

Pero en todo esto había algo más que mala fe, había la incapacidad de la clase dirigente argentina para comprender un fenómeno que no cabía dentro de las formas conceptuales del liberalismo tradicional

Ese ostracismo de las clases dirigentes debió haber sido definitivo. Solamente duró 10 años, y sobre el perjurio de algunas espadas se restableció el régimen y resolvió aplicar sus tesis. Los juristas de almas heladas inventaban decretos de desnazificación y crearon maravillas de la juricidad como el 4161 famoso, mientras los intelectuales inventaban teorías que iban, desde la tesis de que constituíamos una acumulación multitudinaria de abribocas encandilados por métodos de propaganda totalitaria hasta la distinción sociológica entre masa y pueblo, la masa como algo informe, innoble, indiferenciada; y el pueblo, para decir una palabra, constituido por gente que votaba al radicalismo, a los conservadores o a los socialistas. Hasta monseñor Plaza, el conocido clérigo financista del Banco Popular, anunció que la epidemia de poliomelitis que padecían los niños argentinos era el castigo de Dios por el extravía del peronismo.

Nosotros dijimos: soberanía política, independencia económica y justicia social. Pero si para esos objetivos aplicamos métodos que eran adecuados a una realidad de hace 20 años, la inoperancia de los métodos desvirtúa y desmiente la fidelidad a los objetivos. Esa manera burocrática de conseguir las cosas, no es ortodoxia peronista, es apenas oficialismo peronista. Una teoría política que refiere a una realidad debe cambiar con esa realidad. Le reprochábamos casualmente a la ideología liberal que las ideas eran universales y tanto valían para EEUU, África o Francia, y que tanto valían en la época ascendente de la burguesía como en la época de la expansión imperialista sobre las zonas subdesarrolladas de la tierra y lo que nosotros negamos en 1945, lo que negamos de toda esa superestructura ideológica implantada sobre una triste realidad del país, así como negamos los mitos de la historiografía mitrista y a los presupuestos de la Constitución de 1853, de la misma manera, para ser fieles con esa negativa y toda Revolución, debe ser primero rechazo si después quiere ser afirmación, fieles a esa negativa debemos también cuestionar dentro de nuestro bagaje ideológico todo aquello ya perimido por el tiempo, por los hechos y por el fluir de la historia nacional e internacional.

Moreno, Dorrego o Rosas... han merecido nuestra admiración y nos sentimos identificados con ellos en cuanto a defensores de la soberanía, en cuanto a actores de la lucha independentista, a nadie se le ocurriría, sin embargo, ir a repetir el plan de ninguno de ellos, pero en ese tiempo histórico presente de las revoluciones de los pueblos y los levantamientos de los continentes, tanto da estar atrasados 20 años como estarlo 100 o 140.

Nosotros postulamos la defensa y la continuidad de la tradición, el pensamiento conservador es partidario del tradicionalismo, es decir, de la fijación de categorías que alguna vez fueron, la época de la montonera no era para ellos la dinámica de las luchas de las masas argentinas en sus etapas de ascenso, sino que es el reflejo, la época de oro para una utópica restauración del fijismo de la estancia rosista.

Por eso, en el año 45, a pesar de la crítica que hizo el nacionalismo de derecha al régimen liberal y la historiografía mitrista, pronto nuestros caminos nos separaron, porque donde ellos todavía soñaban con la vuelta a la tierra, y se veían caudillos de gauchos sometidos a la elite de la aristocracia de la que formaban parte, nosotros veíamos el gaucho de carne y hueso transformado en cabecita negra, obrero y que buscaba conducción sindical, orientación para sus luchas, conquistas políticas, líderes de las masas.

Hay miles y miles de hombres que sólo conocieron la derrota, pero lo que no conocieron fue el deshonor.

En el año 1945 Perón planteó perfectamente el problema nacional, acá hay una frase clave y que él de una manera o de otra la ha repetido siempre: “Cien años de explotación interna e internacional han creado un fuerte sentimiento libertario en el espíritu de las masas populares”.

La izquierda inclusive no la entendió. Posiblemente si Perón en vez de decir frase tan sencilla hubiese dicho: La dialéctica de la lucha de clases internas, en relación con la liberación de los pueblos semicoloniales en la época de la expansión financiera del imperialismo, se conjuga en una unidad dialéctica dentro de las coordenadas de la economía y de la historia mundial. Si lo hubiese dicho así, de esa forma, la izquierda tal vez lo hubiese reconocido como un hombre genial.

La lucha de clases estaba agudizada pero el régimen peronista seguía planteando el problema del país, como si todavía existiese el frente policlasista antiimperialista del año 1945, con Perón como Gral en Jefe, y ese frente ya estaba desintegrado. La parte marginal de ciertos sectores de la burguesía media y alta se fueron retirando rápidamente, de la pequeña burguesía, algunos movilizados por el problema religioso, otros por diversos factores coyunturales, expuestos como están a los factores propagandísticos de la burguesía, rápidamente abandonaron este frente popular, y entonces, así se explica no solamente la caída del peronismo, sino la forma en que cayó, porque la única fuerza real con que contaba el peronismo a esa altura de los acontecimientos era la clase obrera.

No es insólito que esto ocurra, lo insólito es que si bien el general Lucero es lógico que creyera en la palabra de honor de sus camaradas, qué diablos tenía que depender de la fuerza de la clase trabajadora de la palabra de honor de ningún militar, si la única fuerza real con que contaba eran sus propios puño y su propia fuerza. Y aunque el peronismo no era un régimen del proletariado, tampoco era la dictadura de la burguesía.

Sin embargo había donde pudo haberse planteado todo eso, eso era el partido, pero lo que ocurre es que también el partido y la administración y gran parte del sindicalismo sufrieron un proceso de burocratización, y ahí donde debía haber sido el campo de desarrollo ideológico se transformó en una esclerotizada estructura burocrática donde cualquier recomendado por el mismo podía ir de gerente de una empresa, como interventor del partido. Se identificaron las tareas administrativas con las tareas políticas y lógicamente en estos casos se produce una cierta degeneración: cualquier burócrata firma un decreto y cree que ha contribuido a la grandeza de la nación, dice tres palabras de obsecuentes y cree que es artífice del triunfo peronista, murmura una arenga patriótica y cree que la República le está en deuda. El mal proceso de selección determinó que ante esa coyuntura a que me estoy refiriendo, el salto cualitativo no podía ser tomado como medida técnica, debía haber sido tomado desde el punto de vista de la media política.

Se produce por consecuencia un enfrentamiento con una tremenda coalición interna e internacional, en la que el peronismo actuaba como si contase, como en el caso de un general que creyese que tiene determinadas divisiones que están en el campo adversario y no en el campo de él, y todos los lamentos póstumos sobre las milicias obreras, para mí son simples especulaciones fantasiosas. Porque no se puede armar la clase trabajadora para que defiende a su régimen y al otro día decirle: Bueno m'hijo, devuelva las armas y vaya a producir plusvalía para el patrón.

La milicia obrera y la defensa del régimen implicaba los cambios sociales, cuando se quiso formar ya era tarde, porque el régimen se vio entre la contradicción de que el paso de su respaldo militar a un respaldo compartido por la clase obrera armada, hubiese significado perder ese aparato militar, y en ese desajuste hubiese caído irreversiblemente.

El régimen fue vendido el 16 de julio, porque casualmente Perón proclamó que era el presidente de todos los argentinos, en ese momento no era más el presidente de la clase obrera, nadie más lo reconocía. Entonces, siguió pidiendo la pacificación como la había pedido en el '52, creyendo que le acababan de dar el último golpe a la contrarrevolucionario, y lo que acababan de dar el primero, un golpe prematuro de una coalición de fuerzas que seguía inconmovible.

(...) Se podría seguir todo el tiempo con esta clase de cosas. El senador Fassi dice que la URSS es fascista y que el régimen de Fidel Castro es imperialista, y podría acumular así disparates constantemente.

Es un problema mucho más serio, eso no depende de Illia ni de Onganía ni de nadie. Depende de determinadas estructuras que no pueden permitir el acceso del peronismo, y que cuando lo permitan será porque el peronismo no será la expresión política de los trabajadores.

Todo lo demás pertenece al mundo de la magia, al mundo del milagrerismo, en el fondo se reduce a lo siguiente: Que se arme un bochinche y pase no se sabe qué y como consecuencia de eso aparezcamos no sé como en el gobierno sin darse cuenta de que el hecho que yo diga que el régimen está en crisis, en descomposición, no significa que el régimen cae, porque sólo no va a caer, hay que voltearlo, porque una situación histórica así puede durar cualquier cantidad de años.

Cualquiera que hayan sido los factores que hayan intervenido, que en todas partes no fueron lo mimo, el hecho concreto es que en el momento, para lo que yo llamo una alta conducción burocrática, plantearse el problema de su mito, lo que había que plantear llenándolo de su verdadero significado y no como hacen con Perón, que es como Sócrates, que le dan la interpretación que quieren, entonces todos proclaman una adhesión abstracta que parece que es la más obsecuente y el máximo de fidelidad y la verdad es que es la mayor falta de respeto.

En el fondo todo radica en lo mismo, como en el año 1945 el pueblo y las fuerzas armadas marcharon juntos en una etapa de la historia, una vez que se despejen los malentendidos que siembran los malvados, nos volveremos a juntar -¡nunca más nos volveremos a juntar!- En primer lugar porque en 1945 eso de pueblo y ejército fue una verdad a medias. Al fin y al cabo el 9 de octubre a Perón lo echó el Ejército. Lo que pasa es que como en aquel entonces el balance, el equilibrio de fuerzas internas de las FFAA era muy parejo, la irrupción del movimiento de masas fue suficiente para volcar de nuevo la balanza a favor de Perón. Pero ese ejército ya lo perdimos. Porque ese nos acompañaba en el industrialismo, en la lucha antiimperialista, en una serie de cosas, pero no en el contenido social ni en el avance social que representaba, no el la subversión de las jerarquías. Por eso que mientras unos se levantaron contra el peronismo en septiembre, otros pelearon con bastante desgano y esto corresponde sí a un estado de espíritu, a un estado de conciencia, pero siquiera esos estaban formados en un cierto repertorio mínimo de ideas nacionalistas.

Por otra parte, cuando nos disolvamos como peronistas, si es que nos disolvemos como peronismo, es porque otra fuerza representará el papel revolucionario que representa en este momento al peronismo.

La revolución social entonces no es un orden ideal fijado porque nosotros lo consideramos que es el que preferimos con respecto a otro, es una necesidad técnica, como necesidad económica y como necesidad del país para realizarse como integridad nacional, es una tarea nacional postergada, exige ese pre-requisito de la revolución social, así que cuando nosotros decimos el régimen burgués no da más, estamos diciendo no una preferencia, porque aunque el régimen burgués fuera capaz de desarrollarse yo igual estaría en contra, pero al mismo tiempo eso no quitaría que pudiese el país recorrer etapas dentro de él, pero ahora lo que yo opine o no opine no tiene importancia, lo que tiene importancia es si los análisis son correctos y si los análisis tal como yo los he planteado son exactos, entonces hay que replantearse una nueva visión del país, una correspondencia entre las luchas del pueblo que son sacrificadas, que son abnegadas y que ya vienen desde hace 10 años, y una estrategia de poder. A nadie se le pide que nos ponga en el poder mañana ni pasado.

Se les pide que nos encaminemos al poder, que no nos encaminemos a la disgregación, que no nos encaminemos a la esterilidad histórica. Lógicamente como yo hago estas críticas, comprendo que puedan hacer otras, pero siempre desde la lucha. La primera condición para criticar el combate, es estar en el combate.

John

Estamos en un equilibrio: el régimen que no tiene fuerza para institucionalizarse pero sí para mantenerse mientras el peronismo y la masa popular y otras fuerzas tiene suficiente potencia para no dejarse institucionalizar, pero no para cambiarlo. ¿Quién tiene que romper ese equilibrio? Nosotros; a la burguesía con durar le basta.

(1) ENTREVISTA A JOHN W. COOKE desde La Habana, Cuba, setiembre de 1961.

John Willian Cooke y su esposa, Alicia Eguren, se encuentran en La Habana desde hace más de un año. Ambos forman parte de las milicias y colaboran -al mismo tiempo- en distintas publicaciones cubanas. Che ha entrevistado a Cooke en su residencia, el Hotel Riviera. Sus respuestas, sin duda, son de trascendencia por la influencia que ha tenido -y conserva aún- John Willian Cooke entre las filas peronistas.

En la Argentina, Ia Revolución Cubana cuenta con apreciable apoyo popular y los esfuerzos de la propaganda reaccionaria -abrumadora y constante- son vanos por contrarrestarlo. ¿A qué razones atribuye esta perspicacia popular, pese a la prensa y agencias internacionales?
Lo que eso demuestra, en primer lugar, es la madurez de nuestro pueblo, lo arraigado que está en el sentido de la soberanía nacional. Tengamos en cuenta que esta recolonización de la Argentina es doblemente anacrónica: por producirse en la época de los movimientos de liberación en todo el mundo y por serle impuesta a un país que se había librado de la dominación inglesa y tenía conciencia de lo que significa el ejercicio de la soberanía. La consecuencia es que no solamente la represión es singularmente violenta, sino también la propaganda pro imperialista. El pensamiento colonial utiliza el monopolio de la difusión para derramar una catarata de discursos, declaraciones, manifiestos, conferencias, editoriales, solicitadas, pastorales, etc., para confundir a la masa. En el caso de Cuba, sólo se difunden groseras tergiversaciones, embustes y planteos arbitrarios. Sin embargo, las clases populares disciernen lúcidamente y saben que la suerte de la Revolución Cubana incide en su propia suerte.

Con respecto a Cuba, ¿cuál es la forma que adopta esa táctica de ocultamiento?
Hay una sucesión de trampas. Todos los datos son falsos, al punto que la mentira de ayer es desmentida por la mentira de hoy. Después se hace una mezcla de los problemas concretos de la nación cubana con los problemas de la guerra fría y con las discusiones técnicas en torno al comunismo. Nuestra masa evita esos falseamientos porque va a la médula del problema, o sea, la agresión del imperialismo contra un país hermano que osó liberarse: así no hay forma de equivocarse.
Con motivo de la reciente invasión de gusanos el servicio de los yanquis, se vio cómo se desvirtuaba el problema planteándolo maliciosamente: se afirmó que la Revolución es comunista, como si eso fuese lo que estaba en debate. Un cierto porcentaje de papanatas quedó atrapado en ese artificioso enigma -ya fuera para coincidir con la tesis o para discrepar con ella-, lo que implicaba que de ser concluyente la prueba sobre el carácter comunista del gobierno cubano, eso legitimaba que se agrediese a un país soberano. ¿Quién ha dicho que los Estados Unidos o los organismos internacionales tienen jurisdicción para hacer macartismo y determinar cuál régimen tiene derecho a ser respetado y cuál no?

Supongo que usted sabrá que hubo algunos dirigentes peronistas que se “empantanaron”.
Eso demuestra que carecen de capacidad para dirigir nada y que invocan el nombre del peronismo en vano. Con el pretexto de que nuestro gobierno era nazi, se buscó que Estados Unidos hiciese lo mismo que ahora hace con Cuba: los cipayos pedían la intervención yanqui y de los organismos como la UN: un canciller uruguayo inventó la tesis de la “intervención multilateral”, que es la que ahora se quiere resucitar contra los cubanos; se pidió que los países rompiesen relaciones con nosotros, por no ser “democráticos”, etc. Eran los mismos procedimientos y las mismas personas de aquí y del extranjero los que se movían para destruir nuestra soberanía. ¡Y cómo ardíamos de indignación contra el bradenismo y sus servidores! ¡Cómo protestábamos contra los Jules Dubois, los Figueres, los Haya de la Torre, los Ravines, contra Braden, Nelson Rockefeller, la gran prensa norteamericana y continental! Pues bien: todos esos, y los miles de secuaces ahora hacen lo mismo contra Cuba, ayudados por los mismos aliados que entonces tuvieron en la Argentina, desde los políticos tradicionales hasta las fuerzas vivas, la intelectualidad cipaya. Las damas patricias y demás escoria enemiga de los descamisados.
¿O es que la UPI, la AP, el Time, etc., son reptiles cuando nos atacan a nosotros y “objetivos” cuando atacan a Cuba? Sumarse, aunque sea pasivamente a esa campaña, es dar razón retrospectivamente a los vendepatrias: es negarnos como movimiento nacional-liberador.

Hay algunos pequeños sectores peronistas influenciados por el “nacionalismo” que son activamente enemigos de la Revolución Cubana.
Supongo que en unos cuantos millones como somos, habrá de todo un poco. Hasta de quienes se dejen llevar por un extraño “nacionalismo” que ante algo concreto como el imperialismo que nos asfixia nos quiere hacer pelear contra los enemigos de ese imperialismo. El único nacionalismo autentico es el que busque liberarnos de la servidumbre real: ése es el nacionalismo de la clase obrera y demás sectores populares, y por eso la liberación de la Patria y la revolución social son una misma cosa, de la misma manera que semicolonia y oligarquía son también lo mismo. Algunos sectores reaccionarios pudieron, en otras épocas, llamarse “nacionalistas” porque coincidían con el pueblo frente a los ataques a nuestra soberanía; ahora no, porque el antiimperialismo ha pasado a ser retórico en ellos, que vuelven a su raíz oligárquica y ante el caso de Cuba quedan al desnudo. Como ya quedaron cuando contribuyeron a la caída del gobierno popular en 1955.
Hay que tener la cabeza muy hueca para creerse peronista y aceptar a esos teóricos del absurdo, que combinan las añoranzas del imperio de la hispanidad medieval con el apoyo práctico al imperio bárbaro norteamericano, y el culto a gauchos embalsamados con el paternalismo aristócrata frente al cabecita negra, para oponerse, nada menos, a Fidel Castro. Ocurre que Castro, a la cabeza de los hombres de la tierra, derrotó a puro coraje al ejercito armado y entrenado por los yanquis para proteger a la satrapía batistiana; y que cuando los gringos quisieron llevárselo por delante, los echó de Cuba y les quitó hasta el último dólar, más de mil millones que tenían invertidos en centrales azucareras, fábricas, empresas, bancas, etc. ¡Qué manera de apagar faroles! Sin embargo, parece que Fidel no es “nacionalista”, porque nunca se dedicó a predicar el exterminio de estudiantes semitas ni a delatar herejes incursos en el crimen del marxismo.

¿Usted no cree, entonces, que esos defensores de “Occidente” tengan influencia en su movimiento?
Solamente entre cierta capa burocrática, que, por otra parte, nunca sirvió para nada, ni en el gobierno ni fuera de él. Ahora hacen méritos para que los dejen participar en el festín político y administrativo del que están excluidos los revolucionarios consecuentes. No hacen más que confirmarle al pueblo lo que éste siempre supo sobre ellos. Habrá siempre alguna confusión, por los que embarullan las cosas y por otros que, debiendo hablar, han callado. Pero el pueblo sabe que desde que Fidel Castro empezó a quitarles a los ricos para darles a los pobres fue la bestia negra (o roja) del continente. Claro que los gansos que creen que el peronismo es parte del dispositivo de la “civilización y de la democracia occidental” quedan identificados frente a Cuba con los socios de Aciel y de la Bolsa de Comercio, con los socialistas conservadores y los conservadores de la infamia, con los exquisitos del Jockey Club, el Circulo de Armas, con Ascua, Sur y las demás agrupaciones de conciencias muertas, con las numerosas instituciones, frentes y agrupaciones gorilas que piden nuestra sangre, con Gainza Paz, el almirante Rojas, el Dr. Vicchi, el brioso Toranzo Montero. Todas esas fuerzas son virulentamente enemigas de la Revolución Cubana, a la que odian tanto como al “régimen depuesto”, esas cosas no ocurren por casualidad, y nuestra masa no vive en la luna.
¿Hay algún personaje en la Argentina que logra, como Fidel Castro, que todas las cabezas del privilegio se unan para acusarlo de demagogo, comunista, totalitario, chusma, perjuro, punguista, motonetista, barba azul, asesino incendiario, anticristo, y otras lindezas semejantes, y contra el cual piden el cadalso, la bomba atómica o la muerte a manos de los “marines” yanquis. Creo recordar que sí. Y me resulta muy difícil entender cómo puede indignarnos la difamación contra la versión pampeana del monstruo y quedarnos mudos cuando la victima es la versión tropical.

Hubo quien no repudió la reciente invasión a Cuba alegando que al no abrir juicio cumplía con la “tercera posición”.
Con quien cumplió fue con su propia cobardía. A cambio de la riqueza que nos llevan los yanquis nos dejan su histeria anticomunista que contagia a ciertos “dirigentes”. En el país reina un clima de terrorismo ideológico: ya no basta con no ser comunista; hay que demostrarle a la reacción que se es anticomunista. Y se llega a emplear el mismo lenguaje de nuestros enemigos: en lugar de dar apoyo total, solidaridad sin retaceos a Cuba avasallada, se agregan condenas al “imperialismo soviético”, lo cual equivale a aceptar las premisas del imperialismo agresor, que califica de crimen la negación de sus ansias hegemónicas y el derecho a elegir las formas de gobierno y los amigos que a cada país americano le resultan más convenientes.
La tercera posición es, precisamente, todo lo contrario. Significa no tener compromisos con los bloques mundiales, estar en libertad de tomar las decisiones más convenientes a los intereses nacionales. Significa tener criterio propio para apreciar cada hecho y cada actitud; no tenemos obligación de encontrar que cada cosa del señor Kruschev es perfecta o malvada; ni de estar de antemano en pro o en contre del bloque capitalista; en otras palabras, en cada momento y circunstancia nuestro tercerismo consiste en opinar libremente, no sumarnos al coro de los que ven en Estados Unidos la potencia rectora. A pesar de que nuestro gobierno tuvo que maniobrar solo, en un mundo hostil, en lo fundamental jamás se apartó de su independencia; no suscribimos el Pacto de Caracas que establecía el peligro del “comunismo internacional” para así consumar el crimen contra Guatemala orquestado por Foster Dulles y otras bestias de la “guerra fría”; no firmamos los Acuerdos de Bretton Woods (Fondo Monetaria Internacional, Banco de Reconstrucción Y Fomento); no nos atamos por pactos militares bilaterales, etc. Nada de eso subsistió; las primeras medidas de la dictadura militar fueron adherirse a Bretton Woods, y hoy el FMI dirige nuestra política económica, y revocan por decreto el voto de Caracas; siguieron los pactos militares, los acuerdos sobre el Atlántico Sur, etc. Hoy somos un apéndice del imperialismo, lo que requirió modificar totalmente la política internacional fijada por el Peronismo. El tercerismo fue una forma de no ser absorbidos por el imperialismo yanki: en ningún caso puede ser excusa para plegarnos a su estrategia de guerra fría y para gritar junto con los derviches de la guerra contra los pueblos que han adoptado el socialismo.
Es lo que hacen los terceristas como India, Yugoslavia, Egipto, etc., que no han vacilado en apoyar fervorosamente a Cuba y que no ven al mundo como una división tajante donde los “buenos” son las potencias occidentales. Es una posición para encarar los problemas, no para eludirlos. En el caso de un país hermano sometido a persecuciones de toda índole por el Imperialismo, no ser terminantes, escatimar el apoyo, es renegar del tercerismo y apoyar al imperialismo. Así como hay farsantes que son antiimperialistas cuando las causas son lejanas, y cipayos en las cuestiones argentinas, igualmente hay farsantes que gritan contra el imperialismo aquí y se suman a sus consignas en el orden mundial; estos últimos son los más peligrosos. La posición consecuente de un antiimperialista es desprenderse de los falsos esquemas como “Occidente y Oriente”, “Mundo libre y mundo comunista” y demás zonceras. Hay que estar con los argelinos, que son musulmanes, con los kenyanos, que son maumau, con los chinos, que son budistas, y con los cubanos, que son barbudos. Y decirlo claramente y ayudarlos todo lo que se pueda y tener la valentía de despreciar las voces que se alzaran para acusarnos de comunistas, trotskistas, cripto marxistas, camaradas de ruta, idiotas útiles, filo comunistas, infanto comunistas, etcétera.

¿Existe algún pronunciamiento de Perón con respecto a la Revolución Cubana?
¿Cómo cree usted que Perón podía desentenderse de un problema fundamental? Cuando dijo que Ia Revolución Cubana “tiene nuestro mismo signo”, enunció una fórmula exacta que indica la común raíz antiimperialista y de justicia social. Si Cuba ha elegido formas más radicales, ese es un derecho que ningún antiimperialista le puede negar; por otra parte, los procedimientos de 1945 tampoco sirven ahora para nosotros, y nuestro programa, según lo ha dicho repetidamente el propio Perón es de “revolución social”, que salvo para los que viven en el limbo sólo se puede cumplir socializando grandes porciones de la economía y buscando las formas de transformación profunda y total que correspondan a nuestra realidad nacional.
En cuanto al apoyo de la Unión Soviética a Cuba, sólo quienes se plieguen al bando de la oligarquía pueden hablar de “entrega” y demás tonterías semejantes. Porque los cubanos no han delegado ningún atributo de su soberanía ni han entregado ningún resorte de su economía. ¿Que eso sirve a la URSS para hacerse propaganda? ¿Y a los cubanos que les importa? Los quisieron matar de hambre, dejarlos sin petróleo, dejarlos sin vender el azúcar, que es su única fuente de divisas, atemorizarlos, agredirlos, quemarles los cañaverales, etc.: el cipayaje estaba feliz porque serían castigados los “desplantes”, la insolencia frente al coloso. El mundo socialista les permitió salir de esa ruina a que estaban condenados, y he aquí que ciertos “antiimperialistas” resuelven que Cuba debió dejarse morir de hambre, o llamar a los embajadores norteamericanos para que la vuelvan a gobernar, para que no sufra la “democracia” y puedan seguir tranquilos Somoza, Ydígoras, Frondizi, Prado y demás paladines de la cruzada anticomunista. Todos regímenes democráticos que no podrán hacer lo que hace Fidel Castro: darle un fusil o una ametralladora a cada obrero, a cada campesino, a cada pobre.
En un documento del año pasado el general Perón indicó que el Movimiento debía apoyar a todos los movimientos de liberación regional, como Egipto, Argelia, Cuba, etc. Eso se ha respetado siempre, aunque ciertos sordos no han cumplido estas instrucciones ni las han transmitida a la masa. Y en una carta dice: “Yo sé bien lo que son las sanciones económicas. En 1948 nos las aplicaron intensamente impidiendo la provisión de todo material petrolífero y dejando sin efecto la compra comprometida para nuestra producción de lino que, en ese momento, representaba más del sesenta por ciento de la producción mundial. Como en el caso de Cuba, fue la Unión Soviética la que nos sacó del apuro comprando el lino y ofreciéndonos material petrolífero”. Tal vez deberíamos haber dejado que se pudriera el lino.

¿Y no cree que también influyó la Iglesia?
La creencia religiosa es una cuestión del fuero espiritual y como tal respetable. Pero cuando algunos sacerdotes opinan de política entonces no puede invocarse para ellos el privilegio de que se les respete como cuando desempeñan sus funciones espirituales: deben ser enjuiciados de acuerdo a sus actos y posiciones políticas. Si se les hiciese caso en materia política, América no se hubiese independizado de España; o, tomando otra etapa posterior, en México reinarían los descendientes del emperador Maximiliano, Cuba seria colonia española, etc. Si se les otorgase imperio en materia política, nosotros nos debíamos haber puesto en 1955 contra Perón, como ellos querían; entonces conspiraron con los enemigos del pueblo, como ahora lo hacen en Cuba.
Durante seis años nuestros compañeros han ido a la cárcel, han sufrido torturas, han sido echados del trabajo, han sido fusilados, sin que los altos dignatarios de la Iglesia hiciesen más que algunos inocuos llamamientos a la paz general, uniendo a verdugos y victimados como si las culpas fuesen comunes; cuando discriminaron, fue para atacar al “régimen depuesto” y para condenar la rebeldía de nuestra masa. No he leído la pastoral que condene a los asesinos del heroico general Valle, que era un católico sincero. No he leído la pastoral que condene a los asesinos de la “0peración Masacre”. No he sabido de ninguna epístola incandescente denunciando a los sicarios uniformados que aplicaban suplicios a la gente trabajadora. Pero basta que el señor Frondizi justifique la represión como defensa de “los altos valores del espíritu”, para que entonces sí se conmuevan esos duros corazones episcopales. En cambio están muy preocupados y tristes porque en Cuba hay un gobierno revolucionario. ¿Por qué no dijeron nada cuando murieron 20.000 luchando contra el gobierno que mantenían los yanquis, cuando Nixon abrazaba a Batista y lo colmaba de elogios? ¿Por qué no se preocupan de Angola, donde las fuerzas “occidentales” mantienen la esclavitud aplicando la tortura? ¿O de Argelia, que ha movido la indignación de muchos católicos franceses por el sadismo de las tropas coloniales, cuyas técnicas aprenden nuestros jefes militares? ¿Les parece que hay poco dolor en el mundo y en América, como para que se dediquen al único país donde el pueblo se siente libre?

¿Usted rechaza, por lo tanto, la tesis de que el peronismo es un freno contra el avance del comunismo?
Una cosa es que nosotros tengamos una visión de las cosas argentinas que difiere de la del Partido Comunista y tratemos de mantener la adhesión de las masas trabajadoras; otra muy diversa es unirnos al fanatismo regimentado que ve a los comunistas como criminales y a los países socialistas como enemigos del género humano. Esto es renunciar a la facultad de raciocinio y aceptar que el bando imperialista piense por nosotros. No necesito ser comunista para considerar que el principal responsable de la guerra fría es el imperialismo occidental, ni para comprender que el enemigo más grande que hoy tiene el genero humano es la brutal plutocracia norteamericana.
En el orden nacional, la manera de mantener nuestro prestigio en la masa no es actuando como ayudantes de los pastores para que el rebaño no se ponga arisco, sino ofreciendo soluciones revolucionarias a los problemas reales. Los que están en la jugada de presentarnos como defensores del orden contra el comunismo desnaturalizan la esencia del peronismo. Y, además, cometen una estupidez. Salvo para los energúmenos que ven conspiraciones bolcheviques en cada lucha popular, el comunismo avanza porque hay razones económico-sociales que así lo determinan. Esas razonas no desaparecerán y se trata de ver quiénes darán las soluciones. Los que piensan en “conciliaciones” entre las clases o en paternalismos equilibristas están al margen del tiempo, como los que hablan de corregir los “abusos” del capitalismo. Pero los que quieran dar soluciones, los que como nosotros aspiran a mantener su vigencia como movimiento de masas, tienen que ir al fondo de los problemas. No es posible enunciar aquí todas las cosas que debemos hacer, pero para terminar con el drama argentino hay algunas que son ineludibles, como ejemplo: dejar sin efecto convenios petrolíferos, eléctricos. etc.; denunciar tratados militares y compromisos belicistas; expropiar las instalaciones petrolíferas y demás bienes de los monopolios; expropiar a la oligarquía latifundista y a los grandes empresarios industriales; expropiar los bancos, puertos, servicios públicos; socializar grandes ramas de producción, hacer una reforma agraria que respete las características de nuestro agro pero que elimine muchas de las formas empresarias de explotación; planificar la economía en escala nacional; nacionalizar la gran industria pesada; controlar los sectores de la economía que deban mantenerse bajo el régimen de la propiedad privada, etc., etc. Eso significa terminar con la democracia capitalista y sustituirla por nuevas estructuras que reflejen el predominio de las fuerzas de progreso, dirigidas por el proletariado. Es decir, que estaremos vulnerando el "derecho" de la libre empresa, de la propiedad y otros valores igualmente sacros: en otras palabras, seremos "comunistas". Los factores de poder y la oligarquía en su conjunto nos consideran, desde ya, comunistas, porque nuestro triunfo implica el advenimiento de las masas que exigirán soluciones y las impondrán. Como dijo Perón: “las masas avanzarán con sus dirigentes a la cabeza o con la cabeza de sus dirigentes”. Nosotros lo sabemos y la reacción también lo sabe, así que los que se hacen los “ranas” no engañan a nadie, y menos a la oligarquía, que tiene sensibilidad de sobra cuando se trata de que no lo toquen sus privilegios. Los que quieren desempeñar el papel de "defensores del orden" harán el deleite de los monseñores y de los espadones de moda, sirviendo de preservativos por poco tiempo. O impulsamos el avance de las masas -y entonces somos peligrosos y nos llamarán comunistas- o tratamos de frenarlas y entonces ayudamos a sembrar la confusión durante un tiempo y luego nos barrerán como a la demás resaca del orden caduco ocupando el partido comunista o quien sea, la dirección que hemos desertado.

¿Qué piensa de la unidad de las fuerzas populares?
La unidad es indispensable y será un peso previo al triunfo popular. Lo principal es para qué hacemos la unidad, cuales son los objetivos cercanos (como por ejemplo las elecciones) y cuáles los grandes objetivos. Unidad para simple usufructo politiquero, no. Sí, en cambio, para dar las grandes batallas por la soberanía nacional y la revolución social. En la lucha contra el régimen como llegaremos más pronto a la unidad, forjada en la acción: dentro del régimen nos esperan sólo frustraciones y derrotas, y pequeños triunfos que serán desastres.

(2) John W. Cooke, noviembre de 1960
en: http://loquesomos.org/lacalle/memoria/Elgordocooke.htm